Serafín J. García: El poeta que hizo hablar al campo uruguayo

Se convirtió en una de las voces más entrañables del país. Su vida, obra y legado siguen galopando en la memoria popular.

Cuando uno piensa en la literatura uruguaya, es inevitable que el nombre de Serafín J. García aparezca entre los primeros. Nacido en 1905 en un rincón rural de Treinta y Tres, este poeta, cuentista y cronista se convirtió en un símbolo nacional. Pero su camino hacia la fama no fue inmediato ni fácil, sino más bien fue un autodidacta y tenaz que aprendió a leer el alma del gaucho tanto como los libros.

De origen humilde, Serafín creció entre el monte, las cañadas y los silencios del interior profundo. Esos paisajes no solo le dieron escenario a sus letras, sino también identidad. Desde joven trabajó en distintos oficios (ayudante de farmacia, tipógrafo y hasta empleado policial)  pero nunca dejó de escribir. Lo hacía por necesidad emocional, por urgencia expresiva, como si tuviera que atrapar en el papel lo que el viento arrastraba por los campos.

Su gran salto llegó en 1936 con Tacuruses, una obra que aún hoy late con fuerza en las bibliotecas y en la memoria colectiva. Este poemario no sólo encendió su fama, sino que devolvió al gaucho literario su humanidad. García no romantizó al hombre de campo, sino más bien lo retrató con barro en las botas, dudas en la mente y amor en la sangre. Con sus versos, Uruguay se reencontró con una parte de sí mismo que la modernidad parecía querer dejar atrás.

Pero García no se quedó ahí. Escribió de todo y para todos: poesía lírica, cuentos infantiles, ensayos sobre cultura, leyendas, incluso humor. Su pluma era versátil, pero siempre honesta. En Piquín y Chispita, por ejemplo, mostró una ternura y una comprensión del mundo infantil que le valió reconocimiento internacional. Este libro fue seleccionado entre las diez mejores obras infantiles de la época y mereció una mención especial del prestigioso Premio Hans Christian Andersen en 1970.

Más allá de los libros, Serafín fue un apasionado divulgador cultural. Dictó conferencias, colaboró con diarios y revistas, y mantuvo viva la llama del folclore y la identidad criolla. Rechazó en una primera instancia su ingreso a la Academia Nacional de Letras, tal vez por humildad o por rebeldía. Años después aceptaría el honor, como un reconocimiento merecido a su incansable labor.

Quienes lo conocieron lo describen como que era un hombre sencillo, de trato directo, que prefería el diálogo al discurso y el mate al protocolo. Tenía la rara virtud de escuchar antes de opinar y esa sensibilidad se colaba en cada línea que escribía. No era un académico encerrado entre libros, sino un observador sensible del mundo que lo rodeaba.

Murió en 1985, pero su legado no se apaga. Hoy en día,  su obra sigue siendo lectura obligada en las escuelas, inspiración para nuevos autores y referente de la uruguayez profunda. En una época donde lo rural tiende a silenciarse ante lo urbano, la voz de Serafín J. García sigue resonando como un canto necesario en la literatura y cultura uruguaya.

Comparte esta nota:

1 Comentario

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Últimos artículos de Cultura