El Tíbet, conocido en China como Xizang, sobresale por su arte y arquitectura, reflejo de una profunda herencia budista que encarna serenidad, sabiduría y compasión. En esta región autónoma conviven hoy no solo el budismo tibetano, sino también otras tradiciones religiosas como el islam, el bonismo y el catolicismo, reflejo de la diversidad espiritual de su población.
Hasta esta zona se trasladó Diario La R, junto al Centro Internacional de Comunicación de Prensa de China (CIPCC), para conocer de primera mano la influencia de la religión en el turismo de Xizang. La región alberga a más de 46 mil monjes y monjas, que desarrollan sus actividades en más de 1.700 centros religiosos, entre ellos 88 templos Bon, cuatro mezquitas y una iglesia católica, que atienden a unos 12 mil musulmanes y más de 700 cristianos, respectivamente.
El gobierno chino asegura que la libertad de creencias religiosas está plenamente respetada y protegida entre todos los grupos étnicos, procurando que las necesidades espirituales de los creyentes sean satisfechas. Además, la inversión en fondos, recursos humanos y materiales ha permitido mantener y proteger templos y reliquias culturales. Este contexto ha impulsado el turismo religioso, apoyado por carreteras, telecomunicaciones, electricidad, agua y educación, factores que también han modernizado la vida de monjes y monjas.
Entre las ciudades más representativas de Xizang se encuentra Lhasa, considerado el principal centro espiritual, que alberga templos icónicos como el Jokhang, el Palacio Potala y los monasterios de Drepung y Sera, corazón del budismo tibetano. Estos lugares atraen cada año a turistas de Asia y el mundo, combinando devoción, cultura e historia, y convocando por igual a peregrinos budistas y viajeros interesados en la espiritualidad y la arquitectura monástica.
El turismo ha generado nuevas fuentes de ingreso para las comunidades monásticas y locales; sin embargo, también plantea desafíos para la preservación del patrimonio espiritual frente al crecimiento del turismo masivo. Cada año, Xizang recibe más de 55 millones de turistas, de los cuales un porcentaje significativo viaja por motivos religiosos o espirituales. El turismo sostenible y de peregrinación se ha convertido en prioridad para el gobierno regional, que busca equilibrar desarrollo económico y respeto cultural, destinando importantes inversiones para facilitar la visita de extranjeros.
Palacio Potala
Visitar el Palacio Potala es adentrarse en uno de los lugares más emblemáticos y sagrados del Tíbet. Ubicado en lo alto de Lhasa, este complejo domina la ciudad con su imponente silueta blanca y roja, símbolo del poder espiritual del budismo tibetano durante siglos.
Recibe alrededor de 1,6 millones de visitantes al año, cuyo recorrido comienza con la subida por una colina serpenteante hasta el acceso principal, donde se advierte que es el último punto permitido para tomar fotografías o videos por lo que la experiencia solo queda registrada en la mente. Es importante mencionar que la altitud, superior a los 4.500 metros sobre el nivel del mar, dificulta la respiración y obliga a avanzar con calma.
Dentro del complejo, los murmullos de los peregrinos que giran sus ruedas de oración o entonan mantras acompañan el recorrido. El Potala revela una red de pasillos, capillas y salones decorados con murales, thangkas y esculturas que narran la historia espiritual tibetana. Los visitantes recorren tanto el Palacio Blanco, residencia del Dalái Lama y sede administrativa, como el Palacio Rojo, dedicado a la meditación, enseñanza y culto religioso.
Las salas más visitadas son los estupas dorados, que guardan los restos de antiguos Dalái Lamas, verdaderas obras maestras recubiertas de oro y piedras preciosas. También destacan las bibliotecas monásticas, donde se conservan miles de manuscritos antiguos y textos sagrados en tibetano y sánscrito.
El ambiente es solemne: el aroma del incienso se mezcla con la penumbra de las lámparas de manteca de yak. Los visitantes guardan silencio, mientras monjes recorren los pasillos realizando rituales y fieles se arrodillan para rezar y dejar ofrendas que en su mayoría es dinero.
Hoy, el Palacio Potala no solo es Patrimonio Mundial de la UNESCO, sino también un símbolo de identidad para el pueblo tibetano y uno de los mayores atractivos turísticos de China. Su visita combina historia, espiritualidad y asombro, dejando una huella imborrable en quienes llegan hasta este “palacio en el cielo”.
Templo Jokhang
En el corazón de Lhasa se encuentra el Templo Jokhang, el santuario más venerado de Xizang y centro espiritual del budismo tibetano. Su sola presencia impone respeto: un edificio dorado que brilla bajo el sol del altiplano, rodeado por fieles que giran en torno a él recitando mantras y haciendo girar sus ruedas de oración.
El recorrido comienza en la plaza Barkhor, donde los peregrinos realizan la kora, la caminata ritual en sentido horario alrededor del templo. Muchos avanzan postrándose cuerpo a tierra cada pocos pasos, una muestra de devoción que puede durar horas o incluso días. El ambiente está impregnado del aroma a manteca de yak y del sonido constante de cánticos y campanas. Debido a la gran afluencia de visitantes, el acceso es limitado para turistas, mientras que los devotos ingresan libremente.
Dentro del Jokhang, las paredes cubiertas de frescos representan escenas de la vida de Buda y de antiguos maestros espirituales. Las lámparas de manteca iluminan suavemente figuras de deidades y guardianes, creando una atmósfera de profunda espiritualidad.
La joya del templo es la estatua del Buda Sakyamuni de 12 años, traída por la princesa china Wencheng en el siglo VII, durante el reinado del rey Songtsen Gampo. Esta imagen es considerada la más sagrada del país y destino de innumerables peregrinaciones. Los fieles se inclinan, orán y tocan el suelo con la frente ante su presencia.
A lo largo del recorrido, los monjes tibetanos entonan cánticos en los altares, mientras los visitantes avanzan lentamente, acompañados por el sonido de tambores, cuernos y oraciones. Cada rincón del Jokhang guarda una historia: desde los relicarios dorados hasta las ofrendas de seda y manteca que los creyentes dejan en señal de gratitud.




