Reza un viejo proverbio chino: que si buscas política viajas a Beijing, si te interesan los negocios vas a Shanghái, pero si lo que quieres es comer bien, vienes a Cantón. El verdadero nombre de la provincia es Guangdong, y su ciudad capital Guangzhou. Los primeros comerciantes y exploradores portugueses que llegaron a la región en los siglos XVI y XVII interpretaron y registraron este nombre como «Cantão». Término portugués que luego fue adaptado por otras lenguas europeas: al español como «Cantón» y al inglés como «Canton».
Después de unos días en el frío invierno de Beijing, descender del tren y embriagarme con el aire tropical, este cuerpo lo agradeció mucho. Es que el clima aquí influye en cada aspecto de la vida de sus habitantes, y salta a la vista del extranjero… Las prendas son ligeras, incluso hasta los vestidos tradicionales, la siesta se aprovecha al máximo, los edificios más antiguos tienen puntal alto para que circule el aire y la comida tiene ingredientes menos picantes.
Guangdong es una de las más de 50 etnias qué conforman al Gigante Asiático, muy al sur, tanto que besa al mar. Con lenguaje y costumbres diferentes, su gente es más cálida. Desde aquí, en el siglo XIX, partieron miles de chinos hacia Las Américas buscando un futuro mejor para su familia. Se aventuraron a un viaje largo y peligroso por más de 100 días, y una vez en sus destinos, no siempre tuvieron lo prometido. Algunos pudieron regresar y aportar con los ingresos recaudados al desarrollo de su comunidad, pero otros no, el tiempo y las distancias les cambió la vida. Pero eso es una historia que merece todo un capítulo.
En la cabecera las distancias son muy largas, y a la hora de organizar un plan debes incluir en el itinerario el tiempo que le dedicas a trasladarte, y ni aun así te es suficiente para absorber todo lo que te gusta de la ciudad, para memorizar gestos, para compenetrarte…
La magia de este lugar está en ver convivir al ambiente antiguo, con sus templos, callejuelas, techos orientales y farolas, con los aires modernos de rascacielos, luces, restaurantes, clubes…todo eso se siente bien, y es una China diferente, que marca su tiempo. El Río Perla asombra, atraviesa la ciudad, y es excusa para fotos, encuentros y viajes, ya que es navegable.
Los ancianos juegan xiangqi, el ajedrez chino, en los parques los niños juegan, y mujeres y hombres se organizan en grupos que bailan, digo yo que una música árabe.
«Comer bien es el cielo», traduje en uno de los carteles de la ciudad, y nada de lo que me había imaginado hizo justicia al primer encuentro con la comida cantonesa. «El Pato laqueado», lavar los cubiertos con té antes de comer, iniciar con sopa y terminar con frutas, son rituales recurrentes en varias mesas. Me sirvieron cerdo agridulce, arroz frito, tripas y caldos qué disfruté muchísimo, la abuela de la casa me explicó «no es solo comer, es la armonía al sentarse a la mesa, y equilibrar sabores y sensaciones».
Guangzhou es un diálogo entre el bambú y el acero. Sus habitantes, orgullosos de su herencia pero abiertos al mundo, encarnan la esencia del sur: pragmáticos pero poéticos, tradicionales pero innovadores. En sus mercados, templos y rascacielos, late un mensaje: aquí, la cultura no es un museo, sino un río que fluye.





