La adicción a los celulares se ha convertido en un fenómeno cotidiano que afecta nuestra capacidad de concentración de manera alarmante. Las gratificaciones inmediatas que nos ofrecen, como los «likes» y los comentarios, funcionan como máquinas tragamonedas, brindándonos recompensas momentáneas que nos mantienen enganchados. Este ciclo de búsqueda de atención se traduce en una pérdida significativa de nuestra capacidad de enfocarnos.
La experiencia personal de lidiar con esta distracción es común: cada notificación se convierte en una interrupción que nos aleja de nuestras tareas, llevándonos a buscar información o a atender solicitudes que, en su mayoría, no son urgentes ni relevantes para nuestro bienestar. Este uso constante del celular no solo nos resta tiempo productivo, sino que también nos hace sentir insatisfechos y ansiosos.
En la vorágine actual, nuestros teléfonos se han convertido en extensiones de nuestro cuerpo. Es raro salir de nuestra casa sin ellos y si lo olvidamos y estamos a tiempo, tenemos que regresar a buscarlos. Pero cuando su uso se torna constante, hay señales de alerta que se encienden. La delgada línea entre conectividad, uso excesivo y adicción se desdibuja, marcada por una urgencia de revisión constante de nuestras pantallas y una pérdida de control sobre el tiempo que pasamos en línea. La nomofobia es el miedo o la ansiedad a estar sin el teléfono móvil o no poder usarlo. Este término proviene del inglés “no mobile phone phobia”. Es un problema relativamente nuevo que ha surgido con la creciente dependencia de los teléfonos móviles en la vida cotidiana de las personas.
La realidad pospandémica nos ha hecho normalizar el excesivo tiempo que pasamos conectados y la falta de consciencia de cómo esto afecta nuestra relaciones. Si estamos hablando con alguien con el teléfono en la mano no es igual a no tenerlo. Si estamos comiendo y dejamos el celular en la mesa, no es lo mismo que si no está a la vista. No solo porque vamos a tenerlo menos presente y disminuiremos la necesidad del chequeo sino porque será diferente la sensación que tenga quien o quienes se encuentren con nosotros. Lo interpersonal se ve afectado por la urgencia del chequeo. Se llama phubbing al hecho de ignorar a otros o ser ignorados por estar mirando el celular y tiene consecuencias psicológicas ya que produce malestar y problemas interpersonales.
La empresa de telecomunicaciones Alcatel , sostiene que en promedio las personas pueden llegar a revisar su celular unas 150 veces por día para realizar diversas actividades como revisar redes sociales, hacer llamadas, navegar por internet, trabajar, sacar fotos y que esto puede llevar a un uso excesivo de estos dispositivos.
Con cada chequeo o encendido de la pantalla se genera un descarga de dopamina similar a la que puede experimentar un fumador cada vez que enciende un cigarrillo. Cuando necesitamos cada vez más dopamina para experimentar la misma satisfacción o alivio y por otro lado nos encontramos cada vez más tiempo conectados, corremos el riesgo de sembrar el terreno propicio para desarrollar una adicción comportamental.
Este patrón de comportamiento adictivo, enmarcado por la búsqueda de gratificación instantánea y acompañado de tolerancia (cada vez necesitamos y buscamos estar más tiempo conectados) y síntomas de abstinencia (sentirnos irritables, ansiosos y con sensación de urgencia si no tenemos acceso constante al celular).
Esto refleja una lucha interna entre el placer momentáneo y las repercusiones a largo plazo. Se ha documentado que la ansiedad y la necesidad de revisar mensajes inmediatamente se activan con las notificaciones del teléfono, lo que puede funcionar como una adicción tanto en niños como adultos.
La dependencia del teléfono puede manifestarse en una compulsión por estar siempre conectados, una necesidad de recibir constantemente dopamina a través de recibir likes o mensajes. Este patrón de adicción comportamental puede llevarnos a una pérdida de control, impactando negativamente en nuestras relaciones y responsabilidades.
El impacto en nuestra capacidad de concentración es evidente. La atención promedio que podemos mantener se ha reducido a menos de un minuto, y las distracciones se producen cada 40 segundos. Lo más preocupante es que, cuando nos distraemos, retomar el enfoque puede llevar entre 26 y 29 minutos. Aunque somos responsables de la mitad de esas distracciones, la recuperación de la concentración es más rápida en esos casos, tomando solo 22 minutos.
Además, el intento de realizar múltiples tareas a la vez, conocido como multitasking, no solo disminuye la calidad de nuestro pensamiento, sino que también alarga el tiempo que dedicamos a completar tareas. Es fundamental que empecemos a tomar conciencia de este patrón y busquemos estrategias para recuperar nuestra atención y mejorar nuestra productividad. La desconexión y un uso más consciente de la tecnología son pasos esenciales para restaurar nuestro enfoque y bienestar mental.