América Latina frente al desafío del crímen organizado

La inseguridad es uno de los problemas que más afecta a la ciudadanía de nuestros países. En la cotidianeidad de los vecindarios, el incremento de robos y arrebatos, las ocasionales balaceras y asesinatos y el espacio creciente que ocupan a diario en los noticieros los hechos de violencia, provocan una creciente sensación de impotencia en los ciudadanos. Con justa razón se lamentan de estar obligados a dejar de circular por determinadas zonas, o de no poder hacerlo después de determinadas horas. Todo ello refrendado por la reiteración cotidiana de episodios de violencia que no reparan ni en la edad ni en el sexo de las víctimas. 

En épocas electorales, la promesa de combatir y acabar con el problema de la inseguridad en los barrios, se convierte en un importante componente del discurso de muchos de los candidatos.

Y el caso es que estos fenómenos están muy relacionados con el incremento del consumo de drogas y al mismo tiempo con las modalidades domésticas para su comercialización, especialmente a través del narcomenudeo.

Las estrategias que se han adoptado en los países de Amérca Latina en la mayoría de los casos, pasan por intensificar los patrullajes, mejorar los equipamientos, desarrollar cuerpos especiales para el combate del delito. Y los recursos presupuesarios afectados a tal fin se incrementan, pero en la mayoría de los casos, el delito no solamente no cede, sino que el consumo y el narcomenudeo se expanden.

Si se observa como ha evolucionado el combate a los narcodelitos en los diferentes países de América Latina, el panorama en general no es muy halagueño.

Tal vez el caso más sobresaliente de combate al crimen organizado es el que ha adquirido inmensa visibilidad en la República de El Salvador, donde la imagen de cientos y miles de jóvenes semi desnudos, apenas cubiertos por taparrabos blancos y bajo el férreo control de sus carceleros, se ha convertido en el modelo que algunos politicos y ciudadanos idealizan como la alternativa más eficiente para combatir a los delincuentes. 

En la mayoría de los enfoques el problema del narcotrafico y la inseguridad tiende a ser examinado desde la perspectiva de la lógica de un combate, es decir, de un enfrentamiento entre las fuerzas del orden, representadas por los agentes de los cuerpos policiales a los que se les encomienda la labor del control y la represión de una parte, y el narcodelito, en cuanto manifestación de un poder subterráneo, cargado de violencia asesina, por la otra parte.

Pero evidentemente, esta representación no es más que una caricatura y el problema es bastante más complejo.

El narcodelito forma parte de un sistema de alcance mundial, donde la incidencia en las finanzas internacionales de esta floreciente actividad adquiere dimensiones trascendentes.

El informe del Foro Económico Mundial (FEM) del año 2015 sobre el estado de la economía ilegal a nivel global, mostró algunos datos muy alarmantes. Las principales actividades ilícitas significaban entre el 8% y el 15% del PIB mundial. Y quedaba de manifiesto que entre los negocios ilegales más lucrativos sobresalía el tráfico de drogas, con una cifra estimada en aquel entonces en los 750 mil millones de dólares al año, por encima de las falsificaciones de productos que representaban 650 mil millones de dólares anuales, así como otras actividades criminales tales como el tráfico de personas, el tráfico ilegal de petróleo, el comercio de órganos humanos y el tráfico clandestino de armas.

El dato anterior debe conducir a tener presente que hoy en día el narcotráfico con todas las actividades de blanqueo asociadas y la multiplicidad de canales por los que se realiza, ya sea en el sector financiero convencional como no convencional, comprendiendo desde la banca y los diversos resortes del mercado de capitales a nivel global y en los paraísos fiscales, así como la industria de la construcción y el consumo de artículos de súper lujo, representa un volúmen tan signficativo que si por arte de magia desapareciera en forma abrupta, ese hecho provocaría un descalabro en las finanzas internacionales de tal magnitud que conduciría de manera inevitable a una crisis global de inmensas proporciones.

Y no puede dejarse de lado que el valor esencial de estos productos de naturaleza ilegal está directamente asociado a su condición de productos prohibidos, pues en la prohibición está la fuente de valor de la actividad en su conjunto.

Que paradoja. La estrategia dominante para combatir el narcodelito es al mismo tiempo, la fuente principal en la que se apoya el valor de mercado de esos productos.

No cabe duda que el delito organizado es fuente de enormes males. En el caso del tráfico de sustancias psicotrópicas, esa actividaad se vincula directamente con la comercialización de material sumamente dañino para la salud, pero además su accionar se asocia a la expansión de prácticas violentas, a su capacidad para promover la corrupción desde los ámbitos locales hasta las esferas más elevadas del poder, para debilitar la calidad de las instituciones democráticas y con ello, de poner en jaque la estabilidad del sistema republicano.

Entonces ello conduce a la necesidad de repensar las promesas livianas y muchas veces en tono impostado y encendido que hacen los candidatos, las cuales ya sea por cínicas o por profundamente ingenuas, aseveran disponer de la capacidad de poner al alcance de los ciudadanos las mejores fórmulas para erradicar el narco delito y la violencia. Cómo? Recurriendo a un uso aún mayor de la violencia.

No cabe duda que hay cosas que sí se deben y pueden hacer. Una de ellas que podría incidir de manera fundamental en la reducción de la tasa de reincidencia, es desarrollar políticas activas de rehabilitación de los presos jóvenes, que en una elevada proporción caen en situación de prisión por razones de tenencia y consumo y sólo en forma marginal están asociados a los núcleos duros del delito organizado. Pero estos jóvenes privados de su libertad y puestos en condiciones pésimas de reclusión, están seriamente expuestos a desarrollar carreras delictivas si no se les brinda de manera ordenada y sistemática una nueva oportunidad para poder tener alternativas de reinserción social y laboral en la sociedad.

Abatir las tasas de reincidencia, además de ser un factor que mejora la calidad de las instituciones republicanas, es cumplir con un propósito de desarrollo humano en sí mismo sumamente valioso. 

Pero persiste el problema de fondo. Y éste está asociado a los margenes de los cuales disponen nuestros países para definir sus políticas para lograr una mayor eficiencia en la lucha contra el narcodelito. Y ahora no hablamos únicamente de narco menudeo, sino de la producción y exportación de grandes volumenes de mercadería ilegal hacia los destinos en los que adquiere su máximo valor, es decir, hacia los paises desarrollados de Europa y Norteamérica.

Y en este punto es donde juega un papel de gran importancia el marco de las normas, acuerdos y conveciones internacionales que deben observar nuestras naciones para llevar a cabo sus prácticas de lucha contra el crimen organizado. Este aspecto será objeto de tratamiento en el próximo artículo sobre este tema. 

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