Diego Rivera, el máximo representante del muralismo mexicano

Un artista con 10,058 obras, 4 esposas y 50 amantes.

Diego Rivera fue uno de los grandes muralistas latinoamericanos del siglo XX.

La cultura mexicana siempre estuvo presente en su obra, incluso cuando se «contamina» de Europa en sus viajes al París de las vanguardias.

Su obra influyó a cientos de artistas y su vida sigue fascinando hoy por su irreverencia en lo político, su legendario hedonismo y un inexplicable atractivo para las mujeres.

Quizás, la mujer de su vida fue Frida Khalo, con la que se casó (2 veces).

Su verdadero nombre era Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez.

Muy joven viaja a París, entrando en contacto con la vanguardia y artistas como Pablo Picasso o Paul Cézanne, que lo introducen en el cubismo.

Diego Rivera compartió con algunos pintores y escritores de su época la sensibilidad de quienes a través de la expresión artística, concretaron una visión revolucionaria del arte, al inmortalizar en sus obras las vidas anónimas de obreros, artesanos y otras que, en su percepción, constituían los cimientos de nuestra nación. Después de la temporada en Europa, Diego regresa a México y, en 1910, exhibe el fruto de sus estudios fuera del país; tenía entonces 24 años y ya contaba con reputación como pintor. La Revolución habría de influir decididamente en la transformación cultural de nuestro país, desarrollándose la pintura mural mexicana de la que Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros son algunos de sus exponentes.

«De allí que incluyeran en su concepción de un arte nacional elementos de las artes plásticas populares, que antes eran objeto de menosprecio y olvido. En esa gran corriente casi subterránea de arte popular los retablos, la pintura de las pulperías, los grabados de los «corridos», la caricatura política, el color y el dibujo de las telas indígenas, la alfarería y la juquetería del pueblo- encontraron un venero caudaloso de limpia inspiración: la de un arte que seguía mostrando, aún en obras de factura sencilla y proporciones menores, el gran sentido de las formas y del color que ha sido vocación milenaria de los habitantes de esta tierra.»

Viviría a lo largo de su vida en México, Ecuador, Bolivia, Estados Unidos, Argentina, Francia, Italia y España, y realizaría unas 10,058 obras, tendría 4 esposas y en torno a 50 amantes (registradas). Extraño, pues no era para nada guapo, aunque según se cuenta desprendía un magnetismo animal y saltaba a la vista su carismática personalidad.

Marxista (algo evidente en su obra) tuvo problemas en sus viajes a Nueva York al incluir el retrato de Lenin en el mural que pintó para el Rockefeller Center, que en principio era una oda al capitalismo. La obra sería destruída (hoy hay una réplica en el Palacio de Bellas Artes de México DF).

Su obra, de enorme eclecticismo, chupó de todo el arte occidental y también del precolombino (el gusto por la pintura mural, sin ir más lejos). Destaca por su monumentalidad, para poder comunicarse mejor con las masas populares. Es evidente su ideología revolucionaria, y su obra es pura propaganda, sin connotaciones peyorativas.

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