El uso responsable de los antibióticos

Una urgencia sanitaria global

El descubrimiento de los antibióticos fue uno de los mayores avances en la historia de la medicina. Gracias a ellos, enfermedades que antes resultaban mortales —como la neumonía, la tuberculosis o la septicemia— pasaron a ser tratables y curables. Sin embargo, ese mismo éxito ha generado una amenaza silenciosa: el uso excesivo e inadecuado de estos medicamentos está provocando la aparición de bacterias resistentes, lo que pone en riesgo la eficacia de los tratamientos y la salud de millones de personas en todo el mundo.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte desde hace años que la «resistencia antimicrobiana» es una de las mayores amenazas para la salud pública del siglo XXI. Cada vez más infecciones comunes dejan de responder a los tratamientos habituales. Esto significa que procedimientos médicos cotidianos —desde una cesárea hasta un tratamiento de quimioterapia— pueden volverse peligrosos, simplemente porque los antibióticos dejan de funcionar.

El problema no radica solo en la automedicación o el uso irresponsable en humanos. Una parte importante del consumo mundial de antibióticos ocurre en la **producción animal**. En muchos países, se utilizan como promotores del crecimiento o como medida preventiva, incluso cuando no hay infecciones presentes. Este abuso genera bacterias resistentes que pueden transmitirse a las personas a través de los alimentos, el agua o el medio ambiente. En ese sentido, el concepto de “Una sola salud” —que integra la salud humana, animal y ambiental— es clave para entender que la resistencia bacteriana no reconoce fronteras ni especies.

En Uruguay, las autoridades sanitarias y los gremios médicos han reforzado las campañas de concientización. El Ministerio de Salud Pública promueve el uso racional de antimicrobianos y ha establecido protocolos para evitar su prescripción innecesaria. Aun así, los datos muestran que persiste una cultura de consumo erróneo: muchos pacientes interrumpen el tratamiento antes de tiempo o se automedican con restos de medicamentos guardados en el hogar. Este comportamiento favorece que las bacterias sobrevivan y se fortalezcan, volviéndose más difíciles de eliminar en el futuro.

Los especialistas insisten en que la educación es la mejor herramienta de prevención. Los antibióticos **no curan enfermedades virales**, como la gripe o el resfrío común, y su uso indebido no solo resulta ineficaz, sino también perjudicial. Cada dosis mal empleada contribuye a un problema colectivo. Por eso, el uso responsable implica seguir estrictamente la indicación médica, completar el tratamiento y nunca compartir medicamentos.

La industria farmacéutica enfrenta, además, un desafío económico y científico. En los últimos 30 años, el desarrollo de nuevos antibióticos ha disminuido drásticamente. La investigación es costosa y las ganancias son menores que las de otros medicamentos de uso prolongado. Sin incentivos adecuados, el arsenal terapéutico se reduce justo cuando más se necesita. Algunos países ya impulsan fondos internacionales y asociaciones público-privadas para fomentar la investigación de nuevos compuestos capaces de combatir bacterias multirresistentes.

El impacto ambiental tampoco puede subestimarse. Los residuos farmacéuticos, tanto de hospitales como de la industria agropecuaria, terminan muchas veces en ríos y suelos, generando un reservorio invisible de genes resistentes. Por ello, el manejo responsable de los desechos y la regulación del vertido de antibióticos en el medio ambiente son aspectos esenciales de una política sanitaria integral.

El futuro de los antibióticos depende de la acción colectiva. Si la humanidad no cambia su relación con estos fármacos, las consecuencias serán graves: infecciones simples volverán a ser letales y los sistemas de salud enfrentarán costos inasumibles. El uso responsable no es una opción, es una obligación ética con las generaciones presentes y futuras.

Proteger la eficacia de los antibióticos significa proteger la vida misma. Cada receta, cada dosis y cada decisión cuenta. El desafío está en nuestras manos: usar los antibióticos solo cuando son necesarios y hacerlo correctamente. Solo así podremos preservar este recurso invaluable que transformó la medicina moderna y que, de no cuidarlo, podría perderse para siempre.

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