Geopolítica y humanismo

El conflicto entre el grupo Wagner y el gobierno ruso pone de manifiesto la inmundicia de la guerra. Yevgeny Prigozhin, habla de una traición de los jefes militares de Putin por la falta de entrega de municiones y el cese del envío de reclusos que son utilizados como material de desecho en la primera línea de fuego.

En el razonamiento para justificar la agresión rusa a Ucrania se esgrime que el coqueteo de Zelensky con la OTAN, significa una encerrona, en la que Rusia actúa no como agresor, sino apelando sin otra alternativa a un ataque “defensivo” ante el peligroso corrimiento de las fronteras hacia el corazón histórico de la Madre Rusia.

Eso podría verse desde una perspectiva geopolítica, en la que, dejando a un lado cualquier principio humanitario, se hace prevalecer el interés de la integridad nacional sobre cualquier otra cuestión. En esos términos, Rusia justifica su accionar a partir de la necesidad de defender su integridad. Y a ese razonamiento se suman personajes tan dispares como Trump, o Bolsonaro en un ala, así como los resabios de las desmembradas cortes de ciertos sectores del progresismo setentista que reacciona justificando a los rusos ante el ataque del “imperialismo occidental”.

Pero cuando la defensa de un principio tan fundamental como la integridad nacional debe hacerse a través de mercenarios contratados por una siniestra banda de asesinos profesionales, cuyo dueño es un oligarca ruso, que hace de la guerra la esencia de su negocio, algo no cierra.

Lo que falla es el liderazgo que ejerce Putin sobre su pueblo. Si fuera un verdadero líder en una situación en la que está en peligro la integridad nacional, la ciudadanía inflamada de amor patriótico debería alistarse para defenderse de la agresión. 

El problema está en que el modelo ruso, representa un sistema de capitalismo autoritario, minado en su esencia por la corruptela heredada del manotazo que en la caída del régimen soviético, dieron los antiguos funcionarios privilegiados para convertirse en plutócratas, dueños de la industria, la banca, la tierra y los colaterales que ello significa como los yates más grandes del mundo, equipos de futbol europeos y la administración de negocios blancos y negros como ser la industria farmacéutica, el comercio de armas, la trata de personas, etc.

Entonces, el progresismo vernáculo tiene que tragarse muchos sapos para justificar la masacre de un pueblo, y aceptar la guerra que promueve un déspota como Putin.

Pero también les debe costar trabajo cerrar los ojos cuando toman nota que la defensa de la patria agredida es llevada a cabo por el grupo Wagner, y no por un ejército de patriotas, que al igual que lo que sucedió hace ya muchas décadas cuando la guerra de Vietnam, encontramos ciudadanos que condenan en forma abierta el belicismo de su presidente y optan por cualquier alternativa antes que ir a parar al frente de batalla.

No hay que confundirse: la guerra como estrategia para hacer política, es siempre la peor de las opciones. Sea de donde sea, y más allá de intrincados razonamientos para justificar la masacre, todos los hombres de buena voluntad deben alinearse en la causa de la paz, sin poner en duda que nunca se estará en el lado equivocado cuando se condena el uso indiscriminado de la fuerza.

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