Pocas vidas son tan cinematográficas como la de Josephine Baker. Nacida en la pobreza más cruda en Estados Unidos y transformada en una de las artistas más célebres de Europa, su historia rebasa los escenarios y se convierte en un símbolo de lucha, libertad y vanguardia. Fue bailarina, cantante, espía, madre adoptiva de una tribu de niños de todos los continentes, activista por los derechos civiles… y siempre, una fuerza imparable.
Josephine Baker nació el 3 de junio de 1906 en St. Louis, Missouri, en una época donde ser mujer, negra y pobre era casi una condena. Sin embargo, su talento, carisma y una inquebrantable voluntad de cambiar su destino la llevaron a huir de su hogar a los 13 años, primero como camarera y luego como bailarina callejera. Muy pronto, ese huracán de movimiento y sonrisa se convirtió en un fenómeno artístico.
Pero no fue en su país natal donde alcanzó la gloria. Cansada del racismo sistemático que limitaba su carrera, Josephine cruzó el Atlántico en los años 20 y desembarcó en París. Allí encontró algo que América no le ofrecía: libertad. El público europeo quedó hipnotizado por su estilo rompedor, su célebre falda de bananas, y una sensualidad que desafiaba los códigos de la época. Fue en la capital francesa donde se convirtió en leyenda.
La llamada “Venus de Ébano” no solo conquistó los escenarios con su energía y magnetismo, sino que también se integró a la élite cultural y política del momento. Picasso la dibujó, Hemingway la admiró, y Christian Dior diseñó para ella. Pero Baker no era solo glamour. En la sombra, tejía una red de valentía y compromiso.
Durante la Segunda Guerra Mundial, usó su fama como cobertura para colaborar con la Resistencia Francesa. Transportaba mensajes secretos en partituras y usaba sus giras para espiar movimientos nazis. Su valentía le valió condecoraciones como la Legión de Honor y la Cruz de Guerra. Mientras muchos artistas huían, ella se convirtió en soldado con lentejuelas.
Tras la guerra, volvió su mirada a las luchas de su infancia: la discriminación racial y los derechos civiles. En los años 50 y 60, se rehusó a presentarse en teatros que no permitieran el ingreso de personas negras y marchó junto a Martin Luther King en Washington. Incluso ofreció reemplazarlo como líder del movimiento tras su asesinato, aunque luego lo reconsideró por el bienestar de sus hijos.
Y es que Josephine también fue madre de una «tribu del arcoíris»: doce niños adoptados de distintas etnias y nacionalidades. Su objetivo era demostrar que la convivencia pacífica entre razas y culturas era posible. Los crió en su castillo en Francia, con la esperanza de construir un mundo más tolerante desde su propia familia.
Murió en 1975, pocos días después de su último show, a los 68 años, aún vestida de gala, aún celebrando la vida con cada paso. En 2021, el presidente Emmanuel Macron la incluyó en el Panteón de París, junto a Voltaire, Victor Hugo y Marie Curie. Fue la primera mujer negra en recibir ese honor: un acto simbólico que reconocía no sólo su arte, sino su legado como heroína de la libertad.
Josephine Baker fue una mujer que desafió su tiempo, rompió esquemas y bailó sobre las barreras con una mezcla de gracia y rebeldía. Un torbellino de luces que, lejos de apagarse, sigue inspirando a quienes creen que la belleza, la justicia y la valentía pueden ir de la mano.