Mandela: Preso, Presidente y Recordado

El año 79 fue un punto de inflexión en mi vida. Me había ido a Nueva York, Había ingresado por concurso como Sub Director de la Liga Internacional de Derechos Humanos (directora Maureen Berman). Me impulsó a ello que en queríamos sacar una resolución de ONU sobre Uruguay. Temía extrañar. Washington era más política. Pero justo eso me permitió conocer a Mandela. Inesperado por mi en ese momento.

El Pastor Emilio Castro, cuya influencia en mi vida ya hemos visto en uno de n nuestros primeros encuentros en mi nuevo trabajo me había advertido que eso que yo consideraba una debilidad, nos iba a permitir hacer algunas cosas juntos. Y fue así. 

Yo me había ido, en principio por poco tiempo. Necesitaba estar en un un organismo Internacional de Derechos Humanos, con status consultivo con la ONU, como era la Liga. Ello hizo que, cuando se dio la posibilidad, el Pastor Castro enseguida pensara en mi. El, Consejo Mundial de Iglesias, del que él era Secretario General del en Ginebra que había combatido frontalmente la política del Apartheid en Sud Africa.

Se había corrido la voz que “Madiva” nombre con que cariñosamente le conocían sus seguidores a Nelson Mandela, había muerto. El activista anti racismo, no tenía la notoriedad que tuvo tras salir de la cárcel. Es más, ni siquiera le habían llevado a la prisión en el continente. 18 de los 27 años que estuvo preso, incluyendo 1979 estuvo en la Isla Robben (hasta 1982). De ahí fue llevado ala prisión de Pollsmoor, junto a Sisulu, Mhlaba y Mlangeni, donde fue liberado en en 1990.

Siempre fue sometido a un régimen riguroso, pero nada como la Isla Robben. Por eso un rumor de muerte no era fácil de desmentir, ni para el propio gobierno racista de Sud Africa. Es entonces que el Consejo Mundial de Iglesias, logra que se permita que cinco organismos de Derechos Humanos, viajen a verlo. Emilio Castro, en función de mi nuevo cargo me invita a acompañarle. La emoción comenzó con los rápidos preparativos del viaje. 

A los tres días estaba en Ginebra. No me dio tiempo para pasar la noche antes de embarcar a las 23:00 horas del 23 de agosto. Volamos con Emilio los más de 8.000 Kms que la separan de Pretoria. Algo más de 12 horas. Llegamos en la víspera de nuestra fecha Patria nos llevó un helicóptero de la Fuerza Aérea sudafricana. La causa no podía ser más noble, pero depender de sus captores para verle, era molesto. Ponían las reglas de juego: era aceptarlas o no verlo.

Confieso que yo no sabía mucho de Mandela. Participé alguna manifestación por su libertad en Washington como iba a tantas cosas justas que no conociera a fondo. Emilio fue contó bastante en el vuelo, Confieso que me impresionó mucho que no hubiera aceptado apelar la sentencia para no deslegitimar su lucha, causa de la prisión. 

La prisión se asemejaba mucho a un campo de concentración. Llegamos a la puerta de su celda, y ni siquiera pudimos entrar a ella. Solo pudimos mirarlo desde fuera de la misma. El, suponíamos que sabía. Porque apenas se abrió el calabozo, se paro giró sobre si mismo extendió los brazos y sonrió. Guiñó los dos ojos al mismo tiempo en señal de saludo y gratitud. Eso fue todo. 

No pudimos hablar una palabra, solo verlo. La delegación la integraban 5 organismos de derechos humanos: La Liga, el Consejo Mundial, Amnistía, La Comisión de Juristas y el American Friends Service Committee (AFSC). Entre los cinco delegados, habíamos dos uruguayos Emilio y yo. el 27 de agosto a las 13:45 estábamos de regreso en Ginebra.

Ya en libertad se estableció una amistad cercana con Emilio. El solía contar con emoción su presencia el 10 de mayo de 1994 cuando juró como presidente de Sudáfrica tras las primeras elecciones democráticas de la historia de su país.

Volví a encontrarme con él en 1998. Mandela asiste, como Presidente, a la cumbre del MERCOSUR en Ushuaia siendo yo Embajador. Pude hablar con él. Me parecía un poco atrevido. Pero él mismo comentó que no podría olvidar, esa primera vez que dejaban verlo. Al ser la reunión en un lugar inhóspito, la conciencia en el Hotel era fluía y pude compartir mucho con él. Me comentó su gran afecto por Emilio. 

Después de su muerte Jorge Larrobla de AEBU, me empezó a invitar a actividades con niños de escuelas del interior para hacer jornadas de recordación (y enseñanza) de la figura de Mandela. Así conocí a Oscar Destouet y su permanente compromiso con su causa. Luego fui involucrándome cada vez más con diversos colectivos, la comunidad AFRO, el Ruben Martinez Huelmo que como legislador impulsó los “Amigos de Mandela”, la Plaza que logró un puñado de amigos, Ewe Vaz a la cabeza (Bvr. Artigas y la Rambla).

Son muchos los compatriotas que no me dejan olvidar el privilegio de haber conocido, de lejos en aquella misión a Madiva. Por eso en honor de todos ellos tengo en mi escritorio la foto de Emilio y él dándose un abrazo tras su liberación. ¡Cómo no tener esa foto!

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