1
Cuando era más chico me divertía como los dioses: armaba batallas, conquistaba fortalezas y enfrentaba carros de combate sobre el piso de la cocina como Palas y Apolo en la guerra de Troya.
A veces, casi siempre los domingos, papá empezaba a quejarse y anunciaba que a mamá le había llegado la hora: desviaba los ojos de la tele y la encaraba con el cinto de cuero.
Ante los primeros movimientos, mamá intentaba una defensa lastimosa y después corría y aullaba entre los muebles. En ese preciso momento yo me iba a la terraza: subía al borde del muro sin invertir un segundo en cálculos o precauciones y una vez arriba, llenaba los pulmones y daba el primer paso con los brazos abiertos como el Cristo Redentor. El talón izquierdo se pegaba a la punta del pie derecho y un segundo después, el talón derecho buscaba la punta del pie izquierdo y ahí sí, el griterío desaparecía. Es verdad que más de una vez me temblaron las piernas, pero siempre, después del sacudón, logré completar el perímetro mientras el silencio me burbujeaba en las orejas. Parece cuento, pero cuando bajaba, reinaba la paz: Papá se desnudaba para dormir la siesta y mamá miraba por la ventana.
2
A papá no pude verlo muerto. Yo estaba en un campamento. Habíamos ganado el regional de ajedrez —gran final con el Instituto Alemán: los pasamos por arriba —, y el premio era una semana en el recreo del Rotary: carpas, campo, río.
Cuando volví, mamá me agarró las manos y me miró sin decir nada. Me di cuenta enseguida. Adiviné que papá ya no estaba y empecé a llorar y llorando, mamá me abrazó. Cualquier observador podría haber pensado que nuestras lágrimas eran de alivio.
3
El informe médico dice infarto: infarto agudo de miocardio. Declara que papá murió en el acto y en esa posición — sentado en el inodoro— y supone que el alcohol junto al consumo excesivo de arrítmicos podrían haber actuado como una asociación criminal. Claro que los antecedentes de un enfermo cardíaco crónico y el llanto de la viuda, que sin descanso le daba su medicación disuelta en leche para que la asimilara mejor, archivaron cualquier pesquisa. El expediente lleva la firma de un tal Walter Noriega, médico forense.
4
Hay días en los que misteriosamente todo encaja a la perfección. Eso fue lo que sentí cuando volvimos del cementerio y Mamá puso en el estante del comedor la foto de los tres.
Junto a nosotros estaba Cassio, mi pastor inglés. Nunca había visto saltar a un perro de esa manera. Todos deberían haberlo visto: gris, torpe, con la lengua afuera, festejando mi regreso y después volando, volando por el aire como un gran pájaro peludo cuando papá lo seguía con la boca abierta y la chancleta en la mano.