Mundial ’66: el escandaloso cruce de árbitros y el asalto a la Celeste

En los cuartos de final, la FIFA sacó del torneo a Argentina poniéndole un árbitro alemán contra Inglaterra y a Uruguay designando a un inglés en su partido contra Alemania.

Mundial de Suiza '54

Del plantel de Uruguay que obtuvo el 4° puesto en el Mundial de Suiza ’54 solo cuatro jugaron luego en la Eliminatoria de 1957, en la que se produjo la catastrófica derrota de 5-0 ante Paraguay que marginó a la Celeste de Suecia ’58.

El recambio generacional ya estaba afectando a una selección acostumbrada a los éxitos, a tal punto que entre el Mundial del ’54 y el de Chile ’62 fracasó en casi todas las competencias oficiales.

El 30 julio de 1961 se concretó la clasificación al Mundial de Chile ’62. El 12 de octubre debutó el nuevo DT y luego jugó dos amistosos en el Centenario. En abril se inició una gira por Europa y los resultados fueron muy malos, incluido un 0-5 ante la URSS. Desde enero se sabía que Colombia, Yugoslavia y la URSS serían los rivales celestes en el Mundial, por lo que la goleada recibida en Moscú hizo sonar las alarmas.

El equipo no anduvo y los dirigentes de la AUF, antes de que retornara la delegación, resolvieron cesar al técnico Nino Corazo.

A 23 días del Mundial, la selección se quedaba sin técnico.

Fue entonces que, ante la emergencia, en la AUF se planteó una solución de último momento: designar a los entrenadores de Peñarol (Scarone) y Nacional (Bagnulo), colocando como tercer hombre a Juan López que continuaba arrastrando su prestigio desde 1950, acompañados por el Prof. Carlos Moreira que estaba en Nacional.

El debut fue ante Colombia. El primer tiempo terminó 1-0 para Colombia, que aprovechó un penal sancionado por una mano de Eliseo Álvarez.

En el complemento Uruguay dio vuelta el partido, con goles de Cubilla a los 11′ y Sasía faltando 15′ para el final.

Yugoslavia era el segundo rival de Uruguay.

Los yugos habían debutado con derrota ante la URSS y llegaban con urgencias a este duelo. Un triunfo ponía a los celestes en la siguiente fase. Hasta un empate resultaba satisfactorio pues se mantenían los dos puntos de ventaja sobre Yugoslavia.

Ausente Cubilla por una sanción disciplinaria impuesta por el cuerpo técnico, Pedro Rocha pasó a jugar en la derecha y quien ingresó a la oncena fue Ángel Cabrera, quien anotó el gol de apertura a los 19′. Uruguay empezaba a poner un pie en los cuartos de final pero rápidamente empató Skoblar de penal, a los 25′, y a los 29′ Galic puso a los yugos 2-1 arriba.

En cuatro minutos se nubló el cielo celeste y salió el sol en Belgrado.

Para la última fecha, ambos llegaban con 2 puntos pero Yugoslavia tenía mejor saldo de goles (0 contra -1 de Uruguay) y un rival más accesible. Ellos definían contra Colombia y los nuestros ante la poderosa URSS.

Para el partido decisivo ante la Unión Soviética, el cuerpo técnico había decidido levantarle la sanción a Cubilla, quien junto al Pocho Cortés ingresaron en la oncena por Pedro Rocha y Bergara.

Solo un triunfo permitiría a Uruguay pasar de ronda.

Uruguay se aferraba, más que a sus propias fuerzas, que no las había mostrado ante Yugoslavia, a las debilidades de un rival que venía de empatar 4-4 con Colombia tras ir ganando 3-0 a los 11 minutos y 4-1 hasta los 68′.

Si por algo se recuerda al Mundial de Chile es por la excesiva violencia que reinó en la mayoría de los partidos, registrándose decenas de fracturas. Y este duelo entre uruguayos y soviéticos no sería de guante blanco tampoco. A los 25’se fracturó Eliseo Álvarez y Uruguay quedó con un hombre menos, aunque el heroico Eliseo se negó a salir de la cancha, en una de las demostraciones de garra más memorables de toda la historia.

Algunas informaciones periodísticas daban cuenta de una fractura de tobillo.

Eliseo, en una pierna, se paró literalmente de puntero izquierdo y Domingo Pérez bajó a jugar como lateral.

La URSS se puso 1-0 a los 38′ pero Sasía empató a los 10′ del segundo tiempo. Pese a luchar en inferioridad numérica, los celestes lograban reponerse del score adverso tras una jugada que tuvo de todo: el legendario arquero Lev Yashin le había cometido penal a Cabrera pero el italiano Jonni cobró “falta peligrosa”. Ejecutó Sasía hacia Cococho Álvarez quien remató y pegó en la barrera, le quedó a Sasía y convirtió.

Uruguay crecía en su ánimo e iba por más. Siete minutos después Sasía pegó una pelota en el palo que hubiese significado el 2-1 a favor y la clasificación.

Un par de minutos después el soviético Chislenko convirtió tras rematar con tan poco ángulo que el técnico Bagnulo y el dirigente Tróccoli se metieron a la cancha a protestar que la pelota había entrado por un agujero de la red del lado de afuera del arco. El juez consultó con el línea y se rectificó.

Uruguay seguía con vida, pero aún necesitaba otro gol.

Ya cuando todo estaba perdido, al cierre del partido cayó el tanto de Ivanov para despedirnos con una derrota.

En Londres, la Celeste pudo llegar más lejos

El 11 de junio, exactamente un mes antes de debutar en el Mundial, la selección partió rumbo a Europa para afrontar una gira previa. El entrenador incluyó en la lista a 26 jugadores de los cuales cuatro serían desafectados de la nómina de 22 mundialistas.

Al entrenador Ondino Viera se le criticaba por hacer varias pruebas en vez de armar un equipo estable. También se opinaba que debería tomar como base al Peñarol campeón de América 1966 y mechar futbolistas de otros clubes en los puestos donde el aurinegro contaba con extranjeros. Una solución como esta se había aplicado en el Mundial del 50 cuando Juan López puso en cancha a la base del Peñarol de 1949.

El 11 de julio de 1966, el mítico estadio de Wembley era el centro de atención de todo el mundo. Se inauguraba el Mundial jugando el anfitrión Inglaterra ante Uruguay. Por primera vez en la historia de los mundiales el partido llegaba en directo y a color a varios países (los que tenían adelantos tecnológicos), aunque en Uruguay recién se lo pudo ver dos días después y en blanco y negro.

La Celeste llegaba precedida de una mala campaña en Chile ’62 y ni siquiera había clasificado a Suecia ’58.

Los ingleses tampoco mostraban buenos pergaminos en los más recientes torneos. Pero eran los inventores del fútbol, tenían a Stanley Rous en la presidencia de FIFA, eran anfitriones de un Mundial en el que harían todo lo posible, por las buenas o por las malas, para quedarse con el título, y tenían a su Reina en el Palco.

Resultaba necesario entonces debutar con un triunfo, pero la Celeste jugó el rol que tanto le agrada: el del aguafiestas. Y le arrancó un trabajoso empate 0-0.

Durante el saludo protocolar de la Reina Isabel a cada futbolista, se produjo una situación curiosa: Mazurkiewickz, al darle la mano, tomó la de ella, la acercó a sus labios y la besó, en un gesto que los ingleses consideraron ofensivo. Es que lo que se acostumbra en el protocolo es besarle el anillo, no la mano.

Atrás habían quedado las mil pruebas que hizo el entrenador para conformar el equipo. Ya tampoco importaba si la gira previa había sido un desatino. Llegaba la hora de la verdad.

El técnico se había decidido por Ubiña, Troche, Manicera y Caetano delante del arquero Mazurkiewicz; Tornillo Viera, Goncálvez y Cortés; más adelantado Rocha y en ofensiva Lito Silva y Domingo Pérez

Para contener a los ingleses, Ondino ordenó una custodia indeclinable de Bobby Charlton para impedir sus profundos y acertados envíos a las puntas; la vigilancia estricta de los laterales Ubiña y Caetano sobre Connelly y Ball respectivamente; el seguimiento implacable de Manicera de cada movimiento del delantero Jimmy Graves.

Así Uruguay maniató a Inglaterra y le arrancó un trabajoso empate 0-0.

Con este empate Uruguay prácticamente se aseguraba su pase a cuartos de final, ya que ni Francia ni México asomaban como una amenaza para robarle puntos a Inglaterra y la clasificación deberían ganársela en los partidos ante los celestes.

Todos los partidos del Grupo “A” se disputaron en Wembley, salvo el de Uruguay-Francia que tuvo como escenario el White City Stadium de Londres.

En esta serie en la que se daba por descontado que Inglaterra pasaría a cuartos de final, el otro cupo era una discusión directa de uruguayos y franceses, pues México no tenía equipo como para pelear el 2° puesto, pese a que le sacó un empate a Francia en el debut.

Francia se puso 1-0 con gol de penal anotado por el franco-argentino Héctor De Bourgoing. Uruguay sobrellevó la caída de su valla y en apenas 17 minutos dio vuelta el partido. Sucesivas conquistas de Rocha a los 27′ y Cortés a los 32′ pusieron a los celestes 2-1 y con un pie en cuartos de final.

A la última fecha llegaban Inglaterra y Uruguay con 3 puntos contra 1 de Francia y México.

Uruguay enfrentaba a México. En el cierre del grupo, en un partido desesperante por el dominio que ejerció México, los celestes mantuvieron el 0-0 y clasificaron con cuatro puntos.

El mismo día que Uruguay empataba con México, en el Grupo B Argentina ganaba a Suiza. Los dos rioplatenses se metían pues en los cuartos de final y podrían llegar a jugar entre ellos. Los cruces quedarían establecidos al día siguiente, cuando Inglaterra venció a Francia y quedó 1° en el Grupo A, mientras Alemania derrotó a España y terminó 1° en el B. Por lo tanto, los ingleses se cruzaban con Argentina y los alemanes con Uruguay.

Cinco europeos (Inglaterra, Alemania, URSS, Portugal y Hungría), dos sudamericanos (Uruguay y Argentina) y la sorprendente Corea del Norte (había dejado afuera a Italia) eran los cuartofinalistas del Mundial. El 23 de julio se disputarían los cuatro duelos eliminatorios, cruzándose soviéticos con húngaros (ganó la URSS) con arbitraje de un español; portugueses con coreanos (a los 25′ ganaba 3-0 Corea pero terminó 5-3 a favor de Portugal) arbitrando un israelí; ingleses con argentinos (con arbitraje alemán) y alemanes con uruguayos (con arbitraje inglés).

Se producía un “cruce” de árbitros que daría que hablar. ¿Cómo podía la FIFA poner a un inglés en el encuentro de Alemania y a un alemán en el juego de Inglaterra? Obviamente eso generaba sospechas de posibles “favores mutuos”.

En las vísperas del Mundial, los delegados uruguayos exigieron que la designación de árbitros se hiciera por sorteo, pero la FIFA, en la que campeaba la autoridad sin límites del inglés Stanley Rous, decidió lo contrario y los jueces fueron nominados directamente “atendiendo a la importancia de los partidos” por un Comité de Arbitrajes cuyos miembros estaban retribuidos por la propia FIFA.

Pero al llegar la hora de elegir los arbitrajes, los miembros de ese comité fueron citados a destiempo, y cuando pudieron incorporarse a las reuniones se encontraron con que los asuntos a su decisión ya habían sido resueltos en su gran mayoría.

La FIFA había establecido previamente, que a partir de esta instancia actuarían jueces que no pertenecieran a las naciones que ingresaban a la misma. Sin embargo, designaron al inglés James Finney para Uruguay-Alemania y al alemán Rudolf Kreitlein para Inglaterra-Argentina.

Jorge Manicera y Néstor Goncálvez tienen diferentes visiones sobre lo que había generado en la interna de la selección aquel cruce de árbitros. Manicera aseguró que “cuando vimos que nos ponían un juez inglés a nosotros con Alemania y un alemán a Argentina con Inglaterra, sabíamos que éramos boleta y lo fuimos. Estábamos cocinados”. En cambio, Goncálvez dijo: “Ni sabíamos la nacionalidad del árbitro. ¡Qué nos interesaba! Después de fritas las tortas, nos dimos cuenta la grasa que nos sobró. Pero ya estaba consumado el hecho. Aquello fue un desastre. Está claro que no fue casualidad lo de los árbitros cruzados, lo que nos pasó a nosotros y a los argentinos. Fue causalidad”.

El Hillsborough Stadium de Sheffield era el escenario para un choque entre campeones mundiales. Alemania llegaba tras golear 5-0 a Suiza, empatar 0-0 con Argentina y vencer 2-1 a España.

Tras el pitazo inicial, Uruguay vestido con atípica indumentaria (pantalón blanco y medias negras), salió al ataque como no lo había hecho en todo el Mundial. A los 5′ un remate de Pocho Cortés dio en el palo y, según los jugadores, picó adentro. A los 8′ el defensa Schnellinger sacó la pelota con la mano cuando un cabezazo de Rocha se metía contra el palo.

Tal vez el árbitro Finney no haya visto si la de Cortés picó adentro, pero no resultaba creíble que no viera este tremendo penal.

La TV alemana, la BBC inglesa y los comentaristas de las principales agencias informativas internacionales admitieron sin reservas que Schnellinger detuvo con la mano el cabezazo de Rocha.

Una fotografía muestra con gran claridad el momento en el que el defensa levanta su brazo izquierdo para interceptar la pelota que se metía entre su cabeza y el travesaño, mientras a su lado, impotente, el arquero Tilkowski contempla la situación.

Alemania se puso 1-0 tras un remate de Haller; la pelota iba por bajo y picó dos veces antes de meterse en el arco de un Mazurkiewicz que no mostró los reflejos necesarios.

Los celestes hervían de bronca pero el partido estaba abierto, era posible igualarlo y hasta ganarlo. Pero en el segundo tiempo se vino la debacle. A los 4 minutos expulsaron a Troche por agredir a un rival, y mientras se iba al vestuario le dio una cachetada a Schnellinger, que no respondió a la agresión. Otros alemanes le reprochaban su actitud y el zaguero de Cerro los desafiaba. Seguramente Troche buscaba que algún rival reaccionara para lograr que expulsaran a uno de ellos. Pero el árbitro lo sacó de la cancha a los empujones.

Antes de los 10 minutos Finney expulsaba a Lito Silva y Uruguay se quedaba con nueve, tras una falta que no pareció demasiado violenta y no quedó muy claro si el infractor fue Caetano o Silva.

Finney sacaba de la cancha literalmente a Silva. Solo le faltaba empujarlo para que se fuera, como lo había hecho antes con Troche. El Lito se iba protestando y dos policías británicos se acercaron a “auxiliar” al árbitro para que el uruguayo se fuera a las duchas. Ante la presencia policial, el Lito tuvo la clásica actitud del “no me toqués”, mientras el Tito Goncálvez y el Peta intercedían. Los policías no soportaron el presunto desacato y uno de ellos tomó por el brazo al jugador para llevárselo de prepo, lo que generó mayores rispideces.

Nueve contra once ya era demasiado. Y encima estaba el inglés Finney para abortar cualquier posibilidad de hazaña.

Los celestes se fueron arriba a buscar lo imposible y los alemanes aprovecharon los enormes espacios que dejó Uruguay en defensa, y no perdonaron. La mitad de sus contragolpes terminaban en la red. Primero fue Beckenbauer, en notable jugada individual que combinó con un compañero y al recibirla se metió trotando con la pelota dentro del arco. Luego Uwe Seller y al final otra vez Haller pondrían las cosas 4-0.

A la misma hora que un árbitro inglés despojaba a Uruguay contra Alemania, un árbitro alemán despojaba a Argentina contra Inglaterra.

Ubaldo Rattín, capitán de la selección albiceleste, que del idioma alemán no conocía ni una palabra, fue expulsado “por insultar al árbitro”. En realidad, el capitán sólo reclamaba un intérprete para observar al juez ciertas actitudes antideportivas de los ingleses.

Sobre el partido de Alemania-Uruguay, el diario Times de Londres aseguró que “por lo menos, su sentido (de los alemanes) del melodrama no ha pasado ignorado: ciertamente el juez inglés Finney fue cautivado por ellos”. El comentarista de la BBC dijo que “el árbitro del partido Inglaterra-Argentina perjudicó a los rioplatenses” y calificó esa derrota de “injusta y sospechosa”.

Diario Marca de Madrid, publicó que Kreitlein “fue un mal árbitro” y que la actuación de Finney había sido “calamitosa”.

El presidente de la delegación argentina, José Santiago, dijo a periodistas italianos: “A los uruguayos les echaron dos jugadores injustamente. Yo escuché antes del partido decir a los jugadores alemanes que había que tirarse al suelo teatralmente para ayudar al juez a expulsar gente de la cancha”.

Transcurridos los años y las décadas, en los jugadores de aquella selección celeste perduraba la misma indignación que tenían durante el partido ante cada acción desleal del árbitro Finney.

En cada entrevista, al recordar aquel partido con Alemania, lejos de adoptar una postura de olvido y perdón, de lo pasado pisado, jamás bajaron los decibeles de sus declaraciones.

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