No es rencor ni odio: es justicia

Símbolos y nombres católicos sobreabundan el espacio público, siendo consecuencia lógica del dominio cultural endémico de quienes invadieron y saquearon siglo quince y más, los territorios de las luego llamadas Américas y el Caribe. Monarquías sanguinarias imperialistas, que en connivencia con los banqueros y las autoridades eclesiales de la época, decidieron asesinar, esclavizar, robar, para agrandar sus fortunas y por ende su imperio político social, sumergiendo al mundo en la exclusión.Como estrategia complementaria de avasallamiento hegemónico, impusieron su cultura a las poblaciones originarias y africanas víctimas de crímenes de lesa humanidad, supremacía racial sistémica e instalada que hasta hoy nos persigue con discriminaciones normalizadas y colonialismo ideológico. El miedo a un Dios castigador también fue herramienta de opresión, imaginario religioso que no existía en la concepción del mundo no visible de las negritudes raptadas creyentes en las energías de la naturaleza, gentes atrapadas en el tráfico diaspórico homicida y sus miserias.Los genocidios indígena y africano, son responsabilidad de sus responsables que aún no piden perdón a la Humanidad, no son juzgados ni tan siquiera intentan gestos públicos de reparación de las sátrapas épicas de rapiña de personas y tierras ajenas por reinos y reyes canallas y ladrones.Se otorgó en el 2024 a un referente afrouruguayo el Premio “San Felipe y Santiago” máxima distinción que brinda la Junta Departamental capitalina aludiendo a nombres del santoral cristiano, la primera denominación de la ciudad de Montevideo, reducto creado por los españoles en la época colonial para frenar el avance portugués. Literalmente se peleaban por el botín del crimen.Enviamos este texto homenaje: “Saludamos a la Junta Departamental por el gesto de reconocimiento a un precursor de la cultura afrouruguaya en nuestro país. Hemos ido de su mano así como de la de muchas y muchos por la senda de la democratización de los derechos para la población afrodescendiente. En ese sentido, hacemos votos para que llegue la hora de las premiaciones con nombres que empiecen a revindicar nuestra memoria afro y enaltezcan nuestras identidades sagradas, con alusiones a los Orixás, por ejemplo, brindando visibilidad e importancia a nivel público y social a los pueblos oprimidos por la esclavitud y sus creencias originarias, raíces africanas ceremoniales ancestrales totalmente vigentes en nuestro espíritu. Nos permitimos preguntarnos ¿Y el Premio Bantú para cuándo?”Todo bien -porque está todo mal aunque naturalizado- con la historia católica y colonizadora de nuestro país y el resto de Latinoamérica, la región con más desigualdad del mundo producto de las invasiones de monarquías europeas escudadas en una “evangelización” que tuvo de todo menos espiritualidad, saqueando, destruyendo y asesinando a millones de originarios y africanos esclavizados en uno de los mayores genocidios de la Historia aún no reconocido ni mínimamente reparado. Fuimos los eternos perdedores de esa historia siempre contada desde el poder. Sólo para pensar porque nada es casual; no comprendemos cómo a estas alturas de la revisión histórica sobre las dominaciones transatlánticas, se siga alimentando la superioridad de los íconos de una cultura que nos diezmó violentamente y nos condenó al racismo estructural de por vida, sin que se les ponga al menos a alguien en la cara un rictus de verguenza cuando dan premios con nombres católicos a nuestra gente, sin siquiera pensar en que la cruz cristiana fue espada clavada en el corazón de la negritud afrouruguaya, caribeña y latinoamericana a perpetuidad, siendo paradoja, por no decir una burla, que hoy sigan reivindicando esos íconos como premio para los afrodescendientes.Deberían avergonzarse de esa historia, no enarbolarla.¡AXÉ DE JUSTICIA! ¡KAÓ!

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