«Las dos muertes de Aramburu», la nueva obra de Alejandro Tarruella, cautiva al lector con un enfoque intrigante que se despliega a través de su subtítulo: “El general que nunca fue fusilado”. Esta frase, aparentemente sencilla, se convierte en el eje central de la narrativa, creando un contexto en el que la historia se entrelaza con la memoria y la búsqueda de la verdad.
La trama sigue a Lisandro, un joven militante que, inmerso en la efervescencia de los encuentros clandestinos en calles y bares, se topa con un dato revelador que contradice la versión oficial sobre la muerte del general Pedro Eugenio Aramburu, figura clave en el golpe militar de 1955. A través de conversaciones furtivas y susurros, Lisandro comienza a desentrañar una realidad oculta que muchos prefieren mantener en la penumbra.
La revelación de esta información plantea un dilema significativo: ¿qué hacer con un dato tan explosivo que, durante años, ha sido considerado tabú? La carga de esta información no solo recae sobre Lisandro, sino que también refleja la angustia colectiva de aquellos que, en diferentes momentos, se han cuestionado la narrativa oficial. La historia de Aramburu, marcada por un fusilamiento que ha sido objeto de debate y controversia, se convierte en un símbolo de las luchas políticas y sociales que han atravesado Argentina.
Lisandro se enfrenta a la tarea de confirmar una hipótesis que ha circulado en murmullos y charlas de café, pero que carece de pruebas contundentes. Este proceso de búsqueda se convierte en una travesía no solo hacia la verdad sobre Aramburu, sino también hacia la comprensión de un pasado que sigue resonando en el presente. La obra de Tarruella invita al lector a reflexionar sobre la memoria histórica, la construcción de relatos y el papel de los individuos en la búsqueda de la verdad.
A medida que Lisandro avanza en su investigación, se encuentra con una serie de personajes que representan distintas facetas de la sociedad argentina, cada uno con sus propias historias y perspectivas sobre el legado de Aramburu y el impacto del golpe de 1955. Estos encuentros enriquecen la narrativa, mostrando cómo la historia personal de cada individuo se entrelaza con la historia colectiva del país.
En última instancia, «Las dos muertes de Aramburu» no solo es un relato sobre un general que nunca fue fusilado, sino también una exploración profunda de los dilemas morales y éticos que surgen al confrontar el pasado. La obra de Tarruella se convierte en un espejo que refleja las tensiones entre la memoria y el olvido, invitando a los lectores a cuestionar lo que creen saber sobre la historia y a considerar el poder de la verdad en la construcción de identidades colectivas.

La novela se estructura en dos partes, donde entender el contexto del cruce de la militancia, el trabajo, la noche y las calles en un tiempo de resistencia y turbulencia permite comprender la obsesión de Lisandro.
Periodista y escritor, Tarruella trabajó en medios como Primera Plana, Panorama, Clarín, Diario Popular y Humor; en las radios Rivadavia, Excelsior, Splendid, LRA Nacional y Nacional (Suecia), y en los canales 7 y 9. Entre sus libros se cuentan Historia política de la Sociedad Rural (2019), Guardia de Hierro. De Perón a Bergoglio (2016), Envar “Cacho” El Kadri. El guerrillero que dejó las armas (2015) y El largo adiós de los Montoneros (2012), además de poesía y narrativa.
La obra de Tarruella se transforma en un espejo que revela las complejas tensiones entre la memoria y el olvido, desafiando a los lectores a reconsiderar sus percepciones sobre la historia. A través de su narrativa, se invita a explorar cómo los relatos históricos pueden ser manipulados o silenciados, y se plantea la importancia de buscar la verdad en un contexto donde las versiones oficiales a menudo ocultan realidades más profundas.
Este enfoque invita a los lectores a reflexionar sobre el impacto que la historia colectiva tiene en la construcción de identidades individuales y comunitarias. Al confrontar la figura de Aramburu y las distintas interpretaciones de su legado, Tarruella nos lleva a cuestionar no solo el pasado, sino también cómo ese pasado continúa moldeando el presente y el futuro. La búsqueda de la verdad se convierte en un acto de resistencia contra el olvido, un esfuerzo por recuperar voces y experiencias que han sido marginadas.
Así, la obra no solo narra una historia específica, sino que también plantea preguntas universales sobre la memoria, la justicia y el papel de la historia en nuestras vidas. En un mundo donde las narrativas pueden ser fácilmente distorsionadas, «Las dos muertes de Aramburu» se erige como un recordatorio de la importancia de la verdad en la construcción de un sentido compartido de identidad y pertenencia. A través de esta exploración, Tarruella invita a los lectores a involucrarse activamente en el proceso de recordar y reinterpretar, creando un diálogo continuo sobre lo que significa ser parte de una historia común.
Las dos muertes de Aramburu se inscribe en la tradición de la narrativa histórico-política que es constitutiva de la literatura argentina. En un presente cuya fluidez es un arma de desconcierto, donde por inflación o vulgarización, la idea del relato como mecanismo de construcción y apropiación de sentido se encuentra impugnada, Tarruella propone narrar un hecho supuestamente fundacional de los avatares políticos de la segunda mitad del siglo XX desde otro lugar. Si el oxímoron de «el fusilado que vive» condujo a Walsh a reconstruir los hilos la escena de la resistencia peronista en los 50, en Las dos muertes de Aramburu Tarruella nos introduce con precisión en un tiempo donde lo político tramaba la biografía personal de manera inmediata y, en un mismo gesto envolvente, al contar una versión no oficial sobre un hecho asumido como dado, deja un interrogante abierto para nuestra actualidad. Para salir del círculo de violencia y derrota que parece haber trastocado la imaginación histórica de la subjetividad política argentina esta novela brinda un aporte necesario -y valiente- y abre, desde los recursos de la ficción, una interrogación a esa construcción interesada que nos imponen o decidimos aceptar bajo el rótulo mercantil de «realidad».