Pandas gigantes: el símbolo nacional de China que se gana los corazones del mundo

A unos 10 km al noreste del centro de la ciudad de Chengdu (ubicada en la Provincia de Sichuan, China), nos encontramos con el Centro de Investigación y Cría del Panda Gigante de Chengdu, que con un área central de 238 hectáreas, alberga la mayor población de los osos blancos y negros que el mundo se muere por conocer y se derrite con su sola existencia. Diario La R tuvo el placer de conocer de cerca este lugar y de llevarse su ternura en el corazón.

Desde 1987, la institución, que lleva el nombre de “Santuario para pandas gigantes, pandas rojos y otros animales salvajes en peligro de extinción exclusivos de China”, ha luchado por superar desafíos respecto a la cría y crianza, prevención y control de enfermedades y genética poblacional de estos animales en cautiverio, mediante la investigación y educación científica, la cría y el turismo cultural. En 2006, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), consideró al Santuario como Patrimonio de la Humanidad, además fue galardonado con el “Atractivo Turístico Nacional AAAA”, y dos veces con el título de “Los 500 Globales del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente”.

En los años 80 esta especie se encontraba cerca de su extinción, debido a la caza y el contrabando, quedando aproximadamente mil ejemplares salvajes, pero China tomó acciones en el asunto y redobló esfuerzos de recuperación (hecho que va de la mano con sus acciones por la recuperación de espacios naturales), logrando entonces, que en los últimos 30 años la población se duplicara. La Unión Internacional de la Conservación de la Naturaleza cambió en 2016 el estatus de la especie, de amenazada a vulnerable.

Finalizando el 2023, se logró obtener en esta base la mayor población de pandas gigantes criados en cautividad y ex situ del mundo, sumando un total de 244. Solo en febrero de este año, la Base de Panda recibió 2,116,300 turistas y siendo parte de ellos, aprendimos un poco más.

Bajo un ecosistema que se asemeja al hábitat natural, podemos observar a pandas gigantes de diferentes edades, un centro de investigación y reproducción, viveros de crías, un museo de pandas gigantes y mucho más.

La mañana se encontraba nublada y fresca, ideal para hacer el recorrido, considerando que no les gustan los días calurosos y difícilmente se los vería realizando actividades al aire libre, también hay que tener en cuenta que son alimentados por la mañana y son más activos en ese momento del día. Tuvimos la oportunidad de conocer al más longevo del santuario, Xiong Bang de 23 años, nacido en Shirahama Adventure World, Japón y el primer panda gigante que regresa a la base desde el extranjero, pero también conocimos a dos crías de 6 meses, que mientras su mamá comía bambú, ellos se divertían.

Para la compra de la entrada, es recomendable tener el pasaporte y antes de empezar el recorrido tomar una foto del mapa en la entrada, debido al tamaño de la base, puede dificultar la navegación y la administración del tiempo. Para que nos llevemos recuerdos, además de las fotos tomadas, hay varias tiendas que venden recuerditos, aunque generalmente son más baratos fuera del santuario.

Los pandas dividen sus 24 horas del día en la siguiente proporción: 12 horas durmiendo; 10 comiendo, aproximadamente 30 kilogramos diarios de bambú (ocupando el 99% de su dieta) y meriendas hechas con cereales, miel y manzana y 2 horas jugando.

“La diplomacia panda”

Informes históricos, indican que los pandas gigantes, como símbolo y tesoro nacional de China, sirven de estrategia para fortalecer vínculos entre el país con otros gobiernos. Remontándose la práctica de ofrecerlos desde, al menos, el siglo VII, cuando la emperatriz china Wu Zetian (624 a 705), de la dinastía Tang, envió un par de osos a Japón. Una vez sucedida la Revolución china, este acto fue ganando popularidad y se lo conoce como la “diplomacia panda”, ayudando a China a promover vínculos políticos y económicos con decenas de gobiernos, mejorar su imagen y proyectar un “poder blando”.

Aunque antes era simplemente un intercambio o un “regalo”, las reglas cambiaron desde la década de 1980, cuando el país asiático decidió prestarlos mediante contratos de alquiler, bajo el compromiso de invertir el dinero en esfuerzos para preservar a los animales en su territorio y los bosques de bambú que habitan.

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