Pluralismo democrático versus autocracia (última entrega)

La etapa del socialismo revolucionario que irrumpió en América Latina de la mano de la revolución cubana, representó un profundo cambio respecto a lo que había acontecido en aquellos países donde el nacionalismo popular tuvo fuerte presencia. La diferencia más evidente y notable es que Cuba abandonó la equidistancia que pretendieron mantener los gobiernos nacionalistas frente a Estados Unidos y la Unión Soviética y de manera explícita la conducción política declaró su identificación con el marxismo leninismo.

Intentó generar un cierto perfil propio a partir de enfatizar aspectos de método, más que cuestiones de naturaleza doctrinaria. El núcleo diferencial se centró en la importancia del accionar de una vanguardia que a través de su desempeño armado, generara la capacidad de desestabilizar el poder constituido y ese núcleo primario sería el que debería generar las condiciones necesarias para arrastrar mediante su ejemplo, la movilización de las masas.

En este punto, el foquismo se diferenció de la modalidad clásica que utilizaba la izquierda histórica latinoamericana, representada fundamentalmente por los partidos comunistas y los partidos socialistas, que habían optado por desarrollar estrategias de acción en diversos frentes sociales, como el frente obrero, el campesinado, el movimiento estudiantil, etc. pero midiendo sus fuerzas políticas con el resto del espectro político tradicional en el ámbito electoral.

En la década de los sesenta, el método armado se reforzó con los aportes derivados de la Teología de la Liberación. Esta corriente fue una consecuencia derivada del Concilio Vaticano que se llevó a cabo con el propósito de aggiornar la vida de la iglesia, abriendo el diálogo con otras religiones, promoviendo su mayor interacción con los medios de comunicación en cuanto canales de evangelización. De este Concilio II, convocado por el Papa Juan XXIII, fue que se derivaron nuevas corrientes y una de ellas propuso entablar un complejo diálogo entre el cristianismo y el marxismo. De esa interacción se derivó el esfuerzo por construir un nueva ética que se configuró a partir de la instalación de un perfil heroico del militante, asociado a la vocación de sacrificio y compromiso. El conjunto de atributos que se destacaron, desembocarían en la construcción de un ideal de hombre nuevo, que representaría el prototipo necesario para edificar una sociedad más justa y solidaria.

Esta vertiente marcó profundamente a toda una generación que abrazó de manera militante esos ideales, sustituyendo en buena medida cuestiones doctrinarias por una ética y una estética diferente y supuestamente revolucionarias. Pero en los hechos, esta nueva perspectiva habría de producir consecuencias funestas a partir de la furiosa respuesta represiva, fundada en la doctrina de la seguridad de estado impulsada desde Estados Unidos y refrendada por el Plan Cóndor. Esta alianza posibilitó el accionar coordinado de los gobiernos militares para eliminar a más de 50.000 personas, practicar la tortura sistemática, encarcelar a cerca de 400.000 y forzar el exilio de otros muchos miles. Estos hechos salieron a la luz pública con el macabro descubrimiento de los Archivos del Terror encontrados en Paraguay, donde se puso en evidencia el modus operandi orquestado por los gobiernos militares de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay.

Pero lo cierto es que con la revolución cubana se inauguró una enorme expectativa, regional y en alguna medida, supraregional. Esa expectativa tuvo como contracara la lamentable cadena de golpes de estado militares en América Latina, promovidos activamente al amparo de la Doctrina de la Seguridad Nacional en cuanto respuesta a la agitación social y política que alentó el fenómeno político de los movimientos guerrilleros inspirados en el modelo cubano.

A la par de ello, en otro andarivel, el devenir histórico de la conducción política de la isla profundizó un sistema que, legitimado en el bloqueo geográfico y económico norteamericano, exhibe de manera casi continua un marcado atraso económico, fuertes restricciones a las libertades individuales y colectivas del pueblo cubano y la total ausencia de voluntad por parte de la dirección política del Partido Comunista Cubano de promover la construcción de una estrategia de diálogo y tolerancia en la que se promueva un modelo de justicia social con interés genuino en el respeto a la libertad.

Cuba exhibe logros en áreas importantes del desarrollo humano, como la salud y la educación, pero representan conquistas parciales de un modelo autoritario que no constituye una forma de organización social y política atractiva.

El sistema de partido único, la ausencia de libertad de expresión, las restricciones a la libertad de circulación, los límites a la libertad de disenso, ponen de manifiesto, después de más de sesenta años de haber accedido al poder, el fracaso de ese régimen que para sostenerse debe apelar a un modelo represivo permanente.

Algo similar sucedió en Nicaragua, donde la revolución sandinista que también generó expectativas de renovación para promover un sistema político de restauración democrática con niveles de tolerancia y respeto de los derechos humanos, se ha eclipsado con un gobierno extremadamente autoritario y regresivo que no solo reprime y persigue, especialmente en esta nueva etapa del sandinismo en el gobierno, a quienes levantan reclamos para que se respeten los principios de libertad, sino que evidencia posiciones de intolerancia manifiesta como la persecución a la iglesia, el cierre de centros de estudio, la persecución a líderes estudiantiles, artistas, a intelectuales reconocidos a nivel internacional.

Venezuela después del deceso de Chávez, bajo la conducción de Maduro ha dado muestras más que evidentes de imponer un modelo autoritario y represivo, en el que se ha registrado un enorme fracaso en materia de desarrollo y bienestar, con carencias manifiestas para satisfacer necesidades alimentarias y con clara incapacidad para garantizar la prestación y accesibilidad por parte de la población a distintos servicios básicos como la salud y los medicamentos, provocando de tal manera la fuga masiva de millones de ciudadanos que pululan por el resto de América Latina y el mundo.

Estas experiencias constituyen ejemplos extremadamente negativos que sirven de argumento a posiciones neoconservadoras y ultraliberales, en momentos en los que se registra una poderosa arremetida a nivel internacional con claros referentes vernáculos de posiciones xenófobas, racistas, despóticas y avasallantes de los derechos de las comunidades autóctonas, que están logrando posicionarse en casi todos los países latinoamericanos. En muchos casos exhiben características grotescas de negacionismo del cambio ambiental, se expresan a través de la promoción de campañas antivacunas y son extremadamente agresivos en sus posiciones anti estado, porque al amparo de su fanatismo ultraliberal, cada vez ocultan menos su veta neofascista.

Nuestra preocupación pasa por el lado de la necesidad de construir sistemas políticos que permitan convertirnos en una región más competitiva, menos desigual y más integrada.

Son acaso incompatibles justicia social y libertad?

La búsqueda de la justicia social es una necesidad objetiva, necesaria y permanente en sociedades fuertemente desiguales, como lo son las sociedades latinoamericanas. Y son procesos muchas veces resistidos por sectores que no están dispuestos a perder sus privilegios.

La construcción de un estado de bienestar demanda necesariamente una expansión dinámica de la capacidad productiva, una apertura al nuevo mundo que avanza a pasos agigantados en la masificación de la capacidad de impulsar la revolución científica y tecnológia en curso y de colocar masivamente en el mercado los bienes y servicios de esta nueva etapa civilizatoria. Pero además de la necesidad imperiosa de integrarnos a los nuevos logros del desarrollo, es necesario privilegiar una más justa asignación de los recursos.

La mejor forma de distribución de la riqueza no es el resultado espontáneo del libre accionar de las fuerzas del mercado.

Por eso el debate sobre la limitación o restricción a la capacidad de intervención del estado como fundamento esencial en la gestión concreta de los procesos del desarrollo, a diferencia de lo que proclaman y realizan los representantes del liberalismo extremo, se distorsiona y enrarece aduciendo la necesidad de lograr equilibrios macroeconómicos y superávit fiscal. Creemos que la esencia de la cuestión es cómo financiar de manera sostenida el desarrollo en un formato público – privado, fijando prioridades en materia de educación, salud, acceso dinámico a empleos dignos, seguridad ciudadana, cuidado ambiental, que permitan que la creciente madurez de una sociedad sea objeto de disfrute colectivo y no de sectores privilegiados minoritarios.

El foco debe estar en los países que como los escandinavos, o Islandia o Nueva Zelanda, es decir, en países con economía de mercado que han logrado avanzar en la eliminación de inequidades extremas, lograron instalar condiciones de desarrollo mejor distribuido y más equilibrado. Esas son las sociedades deseables, maduras y predecibles que deberían servir de referencia para nuestros países.

Si hablamos de estado de bienestar, necesariamente debemos hablar de sociedades cuidadosas de sus recursos, que eviten la depredación de los mismos por parte de intereses foráneos o de empresas transnacionales o mediante acuerdos espurios con otros estados, que hacen posible estrategias de usurpación y despojo.

El nacionalismo popular nos brinda lecciones de enorme importancia en el campo de la defensa de los intereses nacionales y también pone de manifiesto como las clases de mayor poder económico terminan siendo funcionales a los intereses de las potencias que demandan nuestras materias primas ya sean, alimentos, minerales, recursos energéticos, agua.

Es absolutamente ingenua y equivocada la perspectiva que pretende diferenciar entre potencias buenas y potencias malas.

Como se ha repetido prácticamente desde que perdimos la condición de colonias: seamos capaces de ensayar las mejores formas de como integrarnos, de cuidarnos mutuamente y asumamos el desafío de comportarnos cada vez más como un bloque para negociar de la mejor manera con el resto del mundo.

Nuestra alianza más constructiva está en bregar por una América Latina más solidaria, que logre abrirse espacios en este nuevo mundo multipolar, negociando como bloque, con escala suficiente para hacerle frente a las imposiciones que buscan hacer prevalecer intereses ajenos y perjudiciales a los de nuestros pueblos.

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