Seregni y Acción Nacional en Dictadura

A inicios de julio del 73, hacía planes. Luego aprendí que tiempos como hace el rumbo lo marca el destino. Uno elige solo la vida que quiere abrazar. Nos habíamos reencontrado los tres. Eso ya era mucho.

El 8 de julio, llega a Buenos Aires, Alfredo “Sapo” Arocena. Era gerente de la naviera del Vapor del Carrera. (I- 1).Traía un notición: al otro día habría una manifestación en Montevideo, en apoyo a la Huelga General decretada por la CNT. Tenías el expreso apoyo del P. Nacional y el Frente. Me latió el alma. Se debe haber notado, porque el viejo me dijo: “Juntá tus cosas y andá con él”. 

Bolso en mano, el Sapo me embarcó temprano en el Vapor. Al llegar bajé cuando ya se habían ido los de Migración (se hacía a bordo). Ruben Castillo (por Radio Sarandí), en cada tanda, recitaba una estrofa de la poesía de García Lorca: “A las cinco en punto de la tarde”. El periodismo al servicio del coraje y la democracia. 

El que no sabía, se enteraba. El que sabía, se entusiasmaba. Minutos antes de las cinco, tiendas, bares, todo estaba lleno. A las cinco, el pueblo ganó la calle. La represión fue feroz, pero no pudo con la gente. Carga de caballos y“Guanacos

(camiones lanza agua). De Río Negro hacia el Cordón, era una masa humana. Aurelio, fotógrafo de El Popular, desde un árbol, lo registraba para la historia.

La saqué barata. Una mojadura. Seregni fue preso. Me dio mucha bronca. En noviembre del 74 fue liberado. Durante su prisión, yo iba y volvía a Buenos Aires. Me detenían un rato al regreso. Salía al interior a ver a dirigentes blancos: Francolino, Paysandú; el Pompo Requiterena, Fray Bentos; Mario Long, Young; Toto Pintos, Casildo Antúnez y hasta el Nano Pérez en Melo. El Sub Secretario del Interior, Luis Vargas, me citó y prohibió salir de Montevideo.  

Cuando liberan a Seregni, y hasta que me voy a fines del 75, lo traté más e hicimos muchas cosas juntos. A propuesta suya nacieron, las Jornadas de Acción Nacional. Eran actividades a las que muchos se pudieran sumar, porque no eran reprimibles. No eran proactivas sino, abstenerse de hacer.  

Por ejemplo, jornadas de no consumo, apagones voluntarios. Podían reprimir un caceroleo. No el no ingreso a una tienda. O por no prender la luz. Cuando la consigna era “no consumo” las tiendas y boliches, por ejemplo, quedaban vacíos, por unas horas. Mi falta de experiencia “clandestina” fue un problema. Los coordinadores éramos Botinelli y yo. Nos reuníamos Seregni y Óscar por el FA y dirigentes como Ortiz, Lopez Balestra y el diputado Goñi de Flores, por el PN. 

Una vuelta quedé con Óscar en reunirnos todos en lo de Goñi. Llegué sobre la hora y no tuve tiempo de avisarle. Se alegró de verme. Antes de que pudiera decirle que la reunión era en su casa, llegó “Cacho López”, Goñi, se alegraba más. Llegó Dardo Ortiz. No tuve tiempo de contarle al anfitrión. Cuando llegó Seregni con Botinelli, Goñi casi se desmaya. Ahí improvisé un “bueno, ahora que estamos todos, empezará la reunión de Acción Nacional.” Culminada la misma, el General y Óscar se fueron. Nosotros, a lo blanco, nos quedamos charlando. Llegó la Guardia Republicana. 

Fuimos todos presos. Casi todos. Porque había algo que no soportaban los represores; el sentido de autoridad. Nos iban subiendo de a uno al Camión (los llamábamos “roperos”). Vimos salir a Ortiz. Se le acerca un policía. Él lo mira y le dice: “¿Sabe quien soy?“ Tengo inmunidad parlamentaria”. “Perdón Señor” respondió el agente y lo dejó irse. 

Algunas veces pasamos mal. Antes de irme del país, hicimos muchas cosas. Fui mejorando (poco) mis dotes de organizador. Cuando Seregni fue preso de nuevo (febrero del año siguiente hasta el 84) yo ya estaba en Buenos Aires esperando el momento, que nunca llegó, de regresar. Seregni siguió presente en el exilio. No hubo acto en que hablara Wilson, ni actividad de la Convergencia, en que no se exigiera su libertad.

En EEUU, de tantas gestiones hechas, un día pedí una entrevista con el Alm. Gral. R. Larroque, Director de la División Panamericana del Comando de Operaciones de la Armada de Estados Unidos. Pedirla, era en sí, un acto de protesta. No esperaba que me la concediera. Me recibió al día siguiente. Me desconcertó. Al año, pasó a retiro y, sin avisar, envió una carta al Washington Post pidiendo la Libertad del General.  

Juntamos firmas bajo nieve en sus 60 años el 13 de diciembre del 76 (III- 16). Recién lo vería, cuando, tras el regreso del 84. Pero nos acompañó en todo el exilio. Era una bandera de lucha.

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