Sin palabras

“Después quedaron en silencio, inmóviles, mucho tiempo, pensando en la verdad” - Juan Carlos Onetti (El Astillero)

Un cuento de Julio César Guianze

—No.
—¿Pensaste algo?
—No… Nada.
—¿Y entonces?
—No sé.
—¿Pero no hay nada que hacer? —…
—¿Me escuchaste?
—¿Si no hay nada que hacer? —Si…
—No creo. No.
—¿Nada…?

Ella siguió preguntando. Él se quedó dormido.

La luz del sol lo despertó recordándole la mala noticia.

Ella dormía y su cara, floja y suave, parecía la de antes. Él aprovechó para mirarla: cuánto hubiera dado para que ella recuperara su expresión de paz y se le borraran esos surcos en los gestos, el labio duro y fruncido y los ojos opacos que aparecieron después de la mala noticia…

Uno soporta algunos dolores porque espera que duren poco, pero este no era el caso. Lo único que quedaba era aga- char la cabeza aceptando lo inevitable, lo definitivo, lo que no tiene fin. Y la verdad es que de alguna manera, esa resignación a él lo aliviaba, como cuando se nos muere alguien y nos con- vencemos de que por lo menos ya no sufre…

Se levantó tratando de no despertarla seguro de que ella se había dormido de madrugada, buscándole la vuelta, como si pensar pudiera servirles de algo, pero el movimiento que hizo el colchón cuando él lo liberó de su peso la despertó.

Él se metió en el baño como si nada: ya sabía y no quería escuchar el llanto ni la tanda de suspiros dolorosos con que ella empezaba el día desde que recibieron la mala noticia.

Abrió la ducha y esperó el chorro caliente con la cara cerrada.

Él también lloro. Pero abajo del agua, mezclando la sal con el cloro.

online pharmacy buy voltaren online with best prices today in the USA

Cuando salió del baño, ya vestido y renovado por fuera, la encontró en la cocina.

Se le ocurrió que ella había cambiado su manera de andar, que estaba más lenta y algo encorvada: ¿No hacía menos ruido al moverse y tocar las cosas?

Tomaron mate sin hablar y casi sin mirarse.

online pharmacy buy celexa online with best prices today in the USA

El dolor les frenaba los segundos con la misma destreza que usó la dicha, varios meses antes, para acelerarles una semana feliz. Sonó el teléfono y los dos sintieron frío. Después de un momento, él atendió.

A todo respondió con medias palabras —ni blandas ni penosas— solo secas: lo último que quería era dar lástima.

Escuchó.

Ella lo miraba sin pestañar. Él sintió sus ojos pero no los buscó. Después de colgar se acercó a la ventana: autos, camiones, perros, unos chicos en grupo y sin ganas yendo a la escuela. Todo como ayer… Como si nadie más hubiera recibido la mala noticia.

Suspiró y se dijo que siempre hay alguien que está peor y enseguida se dio cuenta de la estupidez de la frase.

De nuevo supo que ella lo miraba. Que había puesto los ojos en su espalda. Que esperaría descubrir en él lo que no encontraba en ella.

Era inútil, los dos sabían lo mismo, pero actuaban de manera distinta, como los condenados antes del disparo: uno grita, otro reza, algunos se desmayan.

Cuando ella empezó a hablar, él supo que iban a ponerse peor, no porque las palabras que dijera pudieran complicar más las cosas, sino porque decir, incluso solamente nombrar, iba a seguir propagando la mala noticia entre ellos, en el comedor rodeado de fotos y cosas de otra vida, una vida que ya no podían entender aunque hablaran.

Él le contestó y ella calló. Después, permanecieron quie- tos, oyendo los ruidos de la calle que atravesaban, groseros, el silencio de la casa.

Comparte esta nota:

1 Comentario

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Últimos artículos de Cultura

Imagen y semejanza

Una historia coral, polifónica, tejida con voces diversas, estilos distintos y miradas múltiples.