Las arengas en la previa al comienzo del desfile, se alternan con las fotos con el celular. Los integrantes de las agrupaciones se acomodan los trajes que parecen zurcidos con los hilos que tejen los sueños. Calientan la voz. Estiran. Preparan los instrumentos. Toman agua. Se miran.
Cada tantos pasos se escuchan festejos. Sin embargo, un silencio antecede la entrada a la avenida principal. 18 de Julio vuelve a abrir las puertas del primer escenario de la República. Sin rencores por la espera. Los fotógrafos, están a un costado.
Las luces de colores. Las mismas de siempre, rosadas, azules, amarillas, cuelgan en la plaza Cagancha. Los plátanos frondosos se agitan con levedad por el viento. Son un augurio de la Libertad, a la que en esta noche también invitan a vestirse de gala para celebrar. Y es que si no hay ocio, fiesta, ni colores, de poco sirve decirse libre.
¿A quién puede no gustarle carnaval? El mestizaje de lo mediático, la risa, la ostentación, el llanto. El baile entre el ojo culto y la caricia popular. El tiempo compartido con gente y personajes desconocidos. Solo puede no gustar a las personas que piensan en sí mismas y en nada más. Las mismas que protestan porque existe el fútbol. Porque llueve. Porque nadie piensa, dicen.
Los tambores suenan. Los cuerpos bailan. Los parodistas corren y celebran. Los humoristas saludan. Las revistas actúan. Los y las murguistas empiezan a extender sus ritos de juego y sabor. Hechizos de Dios Momo. Las personas mayores aplauden. Los niños y las niñas ríen. Un hombre mayor, de piel broncínea, pelo blanco peinado hacia atrás y camisa blanca a rayas celestes, mira atónito, como si mirar fuera recordar.
Los cuerpos se mezclan, sudorosos, afirmándose fuerte, con toda su presencia. Los brillos de los vestidos se ven de lejos como si hubieran sido cuidados para volver a encenderse en la fiesta de carnaval. La memoria de los carnavaleros del pasado parece rodear a las figuras que bailan sin parar. Se escucha el retumbar de sus risas, sus peinados cuidados. Los sombreros que se retirarán, sobre las caras pintadas, para saludar a la noche.
Cuando termine la fiesta el papel picado quedará en las calles hasta que sea retirado. Como el perfume del algodón de azúcar recorre el aire en este momento. Llega el reinado de Momo. Es tiempo de festejar.