Águeda Dicancro: El arte de tallar la luz

La escultora uruguaya que transformó el vidrio en poesía visual y elevó el arte contemporáneo a nuevas dimensiones.

En un país acostumbrado a mirar hacia el Río de la Plata, Águeda Dicancro se atrevió a mirar hacia dentro de los materiales. Lo que otros veían como frágil o funcional (el vidrio) ella lo convirtió en lenguaje artístico. Esta escultora uruguaya, nacida en Montevideo en 1930, dejó un legado que trasciende generaciones y desafía la manera en que concebimos la materia, la luz y el espacio.

Desde sus primeros pasos en el mundo del arte, Dicancro mostró una curiosidad incansable y una voluntad por experimentar. Su formación comenzó en la Escuela de Artes y Artesanías Pedro Figari, donde estudió cerámica, y continuó en México gracias a una beca de la OEA, donde se especializó en técnicas de metales y joyería. Este cruce de saberes marcaría profundamente su obra, llevándola a explorar combinaciones poco convencionales entre madera, hierro y vidrio.

Fue justamente este último material el que la consagró. El vidrio, tradicionalmente asociado a la fragilidad y lo decorativo, cobró en sus manos una fuerza escultórica pocas veces vista. En sus instalaciones y esculturas, la transparencia se convierte en densidad, la luz en textura, y lo etéreo en estructura. Su obra no es solamente para ver: es para rodear, habitar, sentir.

Una de sus muestras más emblemáticas, Arborescencias, presentada en el Museo Nacional de Artes Visuales en 2007, resumía perfectamente esa visión orgánica y vibrante de su estética. Grandes estructuras de vidrio y madera se erguían como árboles de otro mundo, invitando al espectador a perderse entre sus ramas translúcidas. Su arte no imita la naturaleza; la recreaba desde una mirada propia, donde cada pieza era un organismo autónomo de luz y forma.

Pero el reconocimiento no tardó en llegar. Representó a Uruguay en la Bienal de Venecia en 1993 y en la de São Paulo en 1994. También fue galardonada con importantes premios, como el Premio Figari en 2002 y la Medalla de Oro de la Comuna de Roma en 1973. Pese a los aplausos internacionales, su obra siempre mantuvo una raíz profundamente uruguaya: contenida, introspectiva, poderosa en el silencio.

Más allá de sus esculturas, Dicancro supo pensar el arte desde lo cotidiano. Muchas de sus piezas se integran a la arquitectura urbana, como en la Torre de las Comunicaciones de ANTEL o en el Banco Central del Uruguay. Su visión integradora la llevó a colaborar con arquitectos y urbanistas, demostrando que el arte no es un accesorio, sino parte del alma de los espacios que habitamos.

A lo largo de su carrera, Dicancro abrió caminos para otras mujeres artistas en un terreno históricamente dominado por hombres. Su valentía creativa, su exigencia técnica y su honestidad estética la convirtieron en una referente, no solo por lo que hizo, sino por cómo lo hizo: con elegancia, coherencia y una pasión innegociable por la belleza.

Fallecida en 2019 a los 89 años, Águeda Dicancro sigue viva en cada obra que talla la luz y reinventa el espacio. Su legado no solo reside en museos o colecciones privadas, sino en el impulso que sembró en nuevas generaciones de artistas que, como ella, se atreven a mirar más allá de lo visible.

Águeda no solo creó esculturas: nos enseñó a ver el mundo con ojos más claros, como si todo, incluso lo más frágil, pudiera ser eterno si se observa con la mirada correcta.

 

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