La radio es nuestra oreja al mundo y sin duda de las caceroladas de protestas que nutren la rebeldía contemporánea, y también única expresión en sociedades donde las mayorías no pueden hacer valer sus votos. Ni resistir a minorías que controlan las armas y los aparatos de control del Estado. Sin otras opciones, sólo parece quedar la rebeldía colectiva de gritar y golpear cacerolas en las calles esperando alcanzar las cajas de resonancia de alguna prensa libre que sobreviva, de las redes sociales donde se esconden los ciudadanos y casi inútilmente convencer a los dictadores de turno.
Pero con ellas no detienen, sino que incluso incentivan, las balas tiradas a mansalva por francotiradores o colectivos motorizados asalariados del poder que hacen el tiro al blanco. Las cacerolas son la respuesta a la censura y la gota final de la rebeldía. Ya no parece existir ni el derecho a la protesta y las resistencias riegan las calles con su sangre. Es como una trágica estación en el camino del exilio obligado de millones de ciudadanos que se escurren por las fronteras para luego enviar remesas con las cuales los gobiernos compran las balas de la represión en el círculo vicioso del infierno contemporáneo R.45