Opinión

Elecciones 2023: Argentina en su laberinto

El gobierno de Alberto Fernández está culminando su gestión. Tuvo que atravesar la pandemia del coronavirus, una de las sequías más terribles que se recuerdan desde que se llevan registros meteorológicos y debió lidiar con los pagos y sucesivas renegociaciones de vencimientos de la inmensa deuda externa tomada durante el gobierno macrista.

Llega al final de la gestión con una inflación que supera con creces el 110 por ciento anual, con un nivel de pobreza que golpea a más del 40 por ciento de la población, siendo una realidad social particulamente severa con la infancia que registra guarismos de pobreza superiores al 55% de todos los niños del país, problemas de seguridad que han convertido a la ciudad de Rosario en un bastión del narcotráfico, situación que amenaza con expandirse en el territorio del conurbano bonaerense.

Desde el punto de vista politico, la gestión de Fernández exhibe practicamente desde el comienzo un intenso y nutrido fuego amigo, proveniente de las trincheras del kirchnerismo, liderado por la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner y complementado por el tiroteo camporista, el cual es conducido por el hijo de la vicepresidente, Máximo Kirchner.

El balance del gobierno que esta finalizando es sin dudas negativo.

Al aproximarse las elecciones, el oficialismo está evaluando diversas posibilidades para preservar una maltrecha unidad, porque es plenamente conciente que si no logra alinearse bajo una candidatura unificada, las alternativas de quedarse con el gobierno son prácticamente nulas.

En tiendas opositoras, el panorama no deja de ser extremadamente complicado.

La comunicación oficial por parte de Mauricio Macri que no será candidato a la presidencia, ha dejado totalmente claro que no competirá. Ello ha tenido los efectos de una bajada de bandera para los diversos candidatos de Juntos por el Cambio. Este movimiento está principalmente conformado por el PRO, cuyo lider indiscutido es Mauricio Macri y por la Unión Cívica Radical, que si bien conserva aparato a nivel nacional, no logra reunir por sí sola la masa de votos necesaria para gravitar de manera significativa. Y es por ello, que movimientos politicos con antecedentes completamente dispares, se han dado cita en ese espacio que denominan Juntos por el Cambio, pero que en esencia es una alianza puramente electoral, con muy escasos espacios doctrinarios comunes.

Dentro del PRO los principales agrupamientos se dan en torno a Patricia Bullrich y Horacio Rodriguez Larreta. Bullrich ha adoptado el perfil de «halcón» convirtiendo las proclamas de un programa de shock en materia macroeconómica en su carta de presentación: control radical del déficit fiscal a través de una fuerte reducción del gasto público, abatimiento de la nomina de funcionarios públicos, recorte acelerado de los planes sociales y una agresiva polìtica de combate a la inseguridad ciudadana, con manifestaciones permanentes y explicitas de incrementar las acciones represivas al igual que acorralar la tibieza de la justicia garantista para ejercer un proyecto indubitable de mano dura.

Rodríguez Larreta, jefe del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con un perfil de equipos plagados de tecnócratas, con fuerte presencia de millennials, presenta un discurso más conciliador, más dialoguista y en esencia, se preocupa por fortalecer las alianzas con la Unión Cívica Radical, especialmente con Martín Lousteau, y tambien dando pistas que un gobierno bajo su conducción buscaría entendimientos con los sectores del centro del peronismo, apostando a la construcción de una gobernabilidad no excluyente en la que referentes moderados podrían encontrar espacios razonables de convergencia.

La reciente decisión de Rodríguez Larreta de elecciones concurrentes, habilita a que en un mismo cuarto oscuro habrá dos urnas diferentes, siendo una de ellas para elegir autoridades en la Ciudad de Buenos Aires y la otra, para las autoridades de la Nación. Esta decisión significó claramente un distanciamiento con la posición de Mauricio Macri, que estaba decidido a imponer la candidatura de su primo al frente del gobierno de la ciudad.

En filas de la Unión Cívica Radical, el gobernador de Jujuy Gerardo Morales se ha posicionado como una candidatura posible, mientras que en el ala más progresista del partido emerge la figura del diputado Facundo Manes, un neurocientífico creador del Instituto de Neurología Cognitiva y presidente de la Fundación INECO, muy vinculado también al mundo de la investigación y la academia. 

No obstante, prácticamente nadie pone en duda que el poder de fuego real de Juntos por el Cambio está en el PRO y que la función de la UCR es cabalgar dentro de esa alianza para preservar espacios de poder, que en otras circunstancias, correrían alto riesgo de perderse. 

Pero apareció un tercer contendiente en el universo de la poltica Argentina, el cual irrumpe construyendo su perfil a partir de ingredientes supuestamente antisistémicos. Se trata de Javier Milei, quien se proclama como un profundo crítico de toda la casta politica, que a su entender es cómplice sin distinciones del enorme fracaso de la politica argentina para responder a las enormes necesidades y desdichas que ha venido acumulando el país en sus últimas décadas. 

Milei fabrica un discurso en el que escandalizar se convierte en el núcleo central de su atractivo: para combatir al delito no titubea en afirmar que los ciudadanos porten armas, que quien tiene necesidades de financiamiento, que recurra a mercados no convencionales: que venda un riñon, si se trata de una familia y la mujer está embarazada, que venda el embrión, si se quieren corregir los desequilibrios imperantes, que se eliminen los instrumentos de intervencion pública como ser el Banco Central, y otras estructuras que atentan contra el libre juego de las fuerzas del mercado. La libertad se convierte así en un principio esencial donde el intervencionismo, sea en el campo de la salud, la educación, la seguridad, lejos de ser un factor de ordenamiento, se convierte en un elemento distorsivo de esa libertad que sirve de elemento central para el libre discurrir de las fuerzas del mercado.

Y toda esta ensalada que es el espectáculo de la política, se despliega sobre el telón de fondo de un país inmensamente rico e inmensamente empobrecido. Es casi un acto impudico interpretado sincrónicamente, a varias manos.

Lo cierto es que Argentina está en una situación sumamente complicada en el corto plazo, desde el punto de vista económico, social, fiscal, monetario, productivo y en lo politico las ofertas que están sobre el tapete reflejan la enorme confusión que domina el futuro inmediato. Nadie pone en duda que es un país inmensamente rico, que los Estados Unidos, China y otras potencias miran con ansiedad el destino del litio, del gas, del petróleo, del enorme sistema agroganadero capaz de alimentar a más de cuatrocientos millones de personas, las riquezas ictiologicas, la abundancia de minerales metálicos y no metálicos, la disponibilidad de tierras raras, en fin, todo ese enorme reservorio que la incapacidad para construir acuerdos básicos, impide que Argentina encare su futuro bajo parámetros que surjan de una núcleo de acuerdos fundamentales. 

Es muy triste que dogmatismos derivados de banderas deshilachadas, de proclamas libertarias extraidas de viejos manuales del dogmatismo liberal y en definitiva producto de la incapacidad prevalente para lograr construir acuerdos esenciales, impidan que las energias nacionales converjan en objetivos comunes y que por el contrario, se desflequen en una eterna confrontación donde las aspiraciones de los dirigentes parece opacar las urgencias reales de una sociedad empobrecida, la necesidad de mejorar realmente las capacidades productivas y la voluntad genuina de avanzar en la senda de una sensata distribución de los recursos al amparo de una reforma tributaria que se centre en una explicita búsqueda de la viabilidad nacional y el bienestar colectivo. 

Es paradójico que una sociedad que se ha sabido destacar en todos los planos, como lo son el cultural, el científico, el deportivo, es decir, practicamente en todos los ordenes del quehacer de la moderna civilización, tenga esa incapacidad para canalizar los usos de la democracia hacia propósitos comunes de superación. 

En esencia parecería que Argentina tiene en su matriz íntima la permanente fantasía de encontrar en la figura de un líder superior, la salvación de los problemas colectivos. Esa mistificacion del salvador, que hace de la conducción individual un gran mito colectivo, debilita las instituciones, atenta contra la calidad de la democracia y desdibuja las fronteras entre los poderes fundamentales de la república.

Tal vez, la gran lección por aprender es que el gran salvador no existe y que la salvación sí es posible, pero lo es no a partir de continuar exacerbando un individualismo a ultranza, sino reconociendo que la fuerza fundamental de la nación reside en la fortaleza de sus instituciones y que desarmar los espíritus y abandonar relatos excluyentes debe dar paso a una opción fundada en la conveniencia colectiva, el consenso y la tolerancia. 

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