Gaza es un laboratorio macabro donde el capital prueba sus armas

En este ecosistema de muerte, Gaza funciona como un showroom de tecnologías represivas.

Los drones sobrevuelan escombros humeantes mientras sensores registran la eficacia de la última bomba guiada. En Gaza, cada explosión es más que un acto de guerra. Es una prueba de mercado para el complejo militar-industrial global. Estados Unidos inyecta USD 3.800 millones anuales en ayuda militar a Israel, financiando un circuito perverso, en el que Lockheed Martin ensambla cazas F-35 en Texas, Raytheon despacha misiles desde Arizona y Boeing reactiva fábricas en Florida cada vez que Israel solicita la reposición de arsenal, tras consumar sus reiterados bombardeos. Esta masacre no es solo política, sino que es el business model de una economía que convierte los cadáveres de los palestinos en datos de rendimiento para armas que luego se venderán a clientes en el mercado global.

Tecnología manchada de sangre
En este ecosistema de muerte, Gaza funciona como un showroom de tecnologías represivas. La startup israelí NSO Group —fundada por ex agentes de la temible Unidad 8200— es un caso emblemático. Su software denominado Pegasus, probado primero contra los palestinos en Cisjordania por el servicio secreto Shin Bet, hoy infecta teléfonos en México, España,  Argentina y muchos países de todas las latitudes del mundo. Su lema original, «Salvar vidas mediante la tecnología», suena a un sarcasmo macabro cuando activistas espiados por este medio, terminan asesinados, censurados o encarcelados.

El paquete represivo de Milei
Javier Milei se envolvió en una bandera israelí en Tel Aviv en febrero de 2024. No estaba haciendo turismo mesiánico. Se bajó del avión que lo transportó junto con su comitiva para firmar un contrato para importar un sistema de espionaje digital llamado Pegasus, por el que pagó  USD 28 millones. Lo hizo mediante un artilugio que no debe pasar inadvertido, pues según documentos filtrados a The Guardian, se reveló que USD 8 millones del precio total, eran sobreprecios canalizados mediante shell companies en Islas Vírgenes Británicas y Panamá.

El «Proyecto Pegasus»  fue investigado a nivel global y los resultados de esa investigación fueron publicados en julio de 2021.El caso marcó un hito en el periodismo de investigación global, gracias a la colaboración sin precedentes entre diecisiete medios de comunicación y organizaciones de derechos humanos. De ese modo se determinó que catorce jefes de Estado eran espiados, incluidos Macron de Francia, Barré de Marruecos e Imran Khan de Pakistán; seiscientos políticos y funcionarios de alto rango en democracias como la India, España y México. Los periodistas bajo control representaban más de ciento ochenta reporteros, incluidos empleados de CNN, Reuters, The New York Times y Al Jazeera.

En Arabia Saudita, Pegasus infectó teléfonos de familiares de Jamal Khashoggi antes y después de su asesinato, mientras que en Marruecos, se espiaron abogados del Frente Polisario durante los juicios en la Unión Europea.

El estudio tuvo tal impacto que EE.UU. incluyó a NSO Group en su lista negra en noviembre de 2021. Apple y Meta demandaron a NSO por vulnerar sus sistemas, mientras que la UE creó el «Comité PEGA» para investigar el uso de spyware en sus Estados miembros. Como contrapartida de esa denuncia, periodistas de Forbidden Stories y Amnistía Internacional recibieron intimidaciones legales de NSO.

Pegasus fue solo una parte de los negocios de la ciberseguridad entre Argentina e Israel. También se destinaron USD 112 millones para el spyware Candiru, USD 95 millones en reconocimiento facial de AnyVisiony y USD 65 millones para un Command Center en Buenos Aires.

El desglose técnico de las adquisiciones es el siguiente:

Candiru, al cual se destinaron USD 112 millones, es  el llamado spyware «invisible». Fue desarrollado por una empresa israelí registrada como Saito Tech, especializada en ataques de «watering hole», pues infecta sitios web frecuentados por objetivos específicos, sean estos activistas o periodistas, para espiar dispositivos sin dejar rastro. Suplanta páginas de ONGs como Amnistía Internacional o Black Lives Matter para engañar a las víctimas. Monitorea computadoras, móviles y cuentas en la nube.  Un «paquete básico» cuesta USD 18.9 millones para operar sobre diez objetivos simultáneos. Se trata de un spyware probado en Cisjordania para vigilar a disidentes y luego fue exportado a gobiernos autoritarios como Hungría y Azerbaiyán.

Los gobiernos que han utilizado el software espía Candiru, también conocido como Sourgum, han sido identificados mediante investigaciones técnicas y periodísticas. Aunque la compañía mantiene total discreción y solo vende a Estados, los casos documentados son los de  España contra independentistas catalanes, incluidos políticos como Jordi Puigneró, entonces vicepresidente de la Generalitat y el expresidente del Parlament Roger Torrent. De igual modo se ha documentado su uso en Líbano, Yemen, Arabia Saudí, Qatar,Uzbekistán y Hungría.  Otros países con actividad sospechosa son Singapur, Armenia y Turquía, pues Citizen Lab identificó víctimas, incluyendo académicos y trabajadores de embajadas. Candiru es un arma geopolítica digital empleada por gobiernos para silenciar opositores; vigilar periodistas y consolidar regímenes autoritarios.
AnyVision  le costó al gobierno argentino de Milei USD 95 millones y es una tecnología de reconocimiento facial con sello militar. Usa algoritmos de reconocimiento en tiempo real, desarrollados por ex agentes del Mossad y el ejército israelí.  Tiene un historial polémico, pues Microsoft retiró inversiones en 2020 tras comprobar su uso en puestos de control israelíes en Cisjordania para rastrear palestinos. Su aplicación representa un elevado potencial de discriminación étnica y de falsos positivos, como ya ocurrió en sistemas policiales de EE.UU.

Finalmente, Command Center, con una inversión de USD 65 millones, es el cerebro de la vigilancia integrada. Es el comando central en Buenos Aires para cruzar datos de Pegasus, Candiru y AnyVision, coordinando respuestas represivas en tiempo real.

Es una réplica de los centros de control israelíes en Gaza, donde se testea vigilancia masiva antes de exportarla. Usa servidores de Amazon Web Services y tecnología de Microsoft, a pesar de sus críticas públicas a estas herramientas.

Como denunció Citizen Lab, estas tecnologías son «armas de precisión contra la democracia». Cada dólar invertido en Candiru o AnyVision acerca a Argentina a un modelo autoritario, tipo Gran Hermano, donde un Estado neoliberal persigue la disidencia  silenciándola con algoritmos entrenados con base en la experiencia israelí aplicada contra el pueblo palestino.

Todo ello representó un paquete represivo de USD 300 millones que se anticipa al inmenso malestar social que se prevé en un futuro cercano.

El capitalismo de la vigilancia es el colonialismo del siglo XXI
Obviamente el modelo trasciende largamente casos nacionales aislados. Se trata de una cadena con múltiples eslabones en la que Israel exporta tecnología probada en Palestina;  los paraísos fiscales lavan el dinero, los grandes bancos gestionan las inversiones y que cuenta con la participación de gigantes tecnológicos como Intel, Google y Microsoft que aprovechan los subsidios israelíes para impulsar  I+D en su territorio.

Los gobiernos autoritarios compran estas herramientas para controlar, desalentar y silenciar el accionar de la disidencia.
El resultado final es un flujo de USD 25 mil millones anuales en capital de riesgo que convierte a Tel Aviv en la Meca de la  death tech.

El mercado de la muerte y el futuro de la humanidad
Gaza no es solamente una guerra sino también un laboratorio donde el neoliberalismo perfecciona su fórmula más letal, consistente en convertir la violencia en un commodity. Cada niño palestino sepultado bajo los escombros, cada periodista espiado por Pegasus en Buenos Aires, Arabia Saudí, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos, Hungría, México, Azerbaiyán, la India o Ruanda, son datos de rendimiento en el catálogo de ventas de Raytheon o NSO Group.

Mientras aviones cargados de bombas despegan de Florida con destino a Oriente Medio, los bancos de Wall Street cotizan acciones de empresas que miden su valor en «muertes por dólar invertido».

El futuro y la dignidad de la humanidad se juegan  entre los escombros de Gaza y los algoritmos de Pegasus. La pregunta es si el mundo tiene el estómago suficiente para seguir soportando el genocidio y limitarse a mirar hacia otro lado.

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