La evolución del skate como cultura y deporte

Un fenómeno global que combina arte, rebeldía y competencia de alto nivel.

Primero conozcamos un poco de la historia de dónde viene este gran deporte. En alguna calle california a finales de 1940 y mediados de 1950, un grupo de surfistas buscaba una forma de mantener la adrenalina cuando las olas no cooperaban lo suficiente. Fue así como, con ruedas prestadas de patines y tablas de madera rústica, nació una nueva forma de deslizarse: el “sidewalk surfing” (surfear en la acera), lo que hoy conocemos como skateboarding.

Si bien es cierto, esto inició como una actividad alternativa en los barrios playeros de Los Ángeles y San Diego, pronto encontró identidad propia. Las calles, rampas y piscinas vacías se convirtieron en los primeros parques improvisados de este movimiento que, más que un deporte, creció como una subcultura, también englobada en lo que viene siendo la cultura urbana.

Durante los años 70, el skate explotó gracias a innovaciones técnicas. Las ruedas de poliuretano reemplazaron las de metal o arcilla, lo que permitió un mayor control y velocidad. Fue también la época dorada de los Z-Boys, un grupo de jóvenes de Venice, California, que revolucionaron el estilo al trasladar las maniobras del surf al concreto urbano.

Los Z-Boys no sólo impulsaron nuevas técnicas, sino una actitud contestataria, rebelde y libre, que definiría el espíritu del skate por décadas. En los años 80, el auge del punk y el nacimiento del estilo “street” consolidaron aún más esta identidad. Las marcas especializadas empezaron a surgir y con ellas, videos caseros que documentaban trucos imposibles, caídas épicas y vidas enteras dedicadas a la tabla.

El skate es más que hacer piruetas; es una forma de expresión. Las calles se convierten en lienzos, las tablas en extensiones del cuerpo. El estilo de cada skater, va desde su forma de patinar hasta cómo personalizan su tabla, refleja su personalidad. Esto lo ha vinculado con movimientos artísticos como el grafiti, la música alternativa y la moda urbana.

Pero más allá de lo cultural, también comenzó a consolidarse como un deporte serio. Se organizaron competencias internacionales como los X Games, nacidos en los años 90 y con el paso del tiempo, surgieron atletas de alto rendimiento que veían en el skate una carrera profesional, sin perder el alma creativa que lo caracteriza. La gran consagración llegó en 2020, cuando el skate debutó como deporte olímpico en Tokio. Con eventos de street y park, los mejores del mundo compitieron frente a millones de espectadores. Fue un reconocimiento oficial que generó debate entre los puristas y quienes lo celebraban como una oportunidad para mostrarle al mundo su valor y técnica.

Skaters como Nyjah Huston, Leticia Bufoni, y la joven japonesa Momiji Nishiya (quien ganó el oro a los 13 años) se convirtieron en íconos globales. El skate, sin perder su esencia, entró en una nueva era: la de la profesionalización sin renunciar a la libertad.

Hoy en día, el skate se practica en casi todos los rincones del mundo, desde favelas brasileñas, como barrios europeos y hasta pasando por pueblos latinoamericanos tanto aquí en Uruguay, como en Argentina y Venezuela. Donde jóvenes construyen sus propias rampas con lo que tienen a mano o con lo que las calles les ofrecen. Lo que alguna vez fue visto como una simple travesura o moda pasajera, se ha convertido en una poderosa forma de vida. Ya no es solo cuestión de deslizarse en cuatro ruedas y una tabla para tener que hacer mientras no hay olas: es una declaración de identidad, un grito de libertad que sigue rodando con fuerza y sin duda que ha logrado evolucionar en muchos aspectos.

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