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La nota que le dedicó FIFA.com a Federico Valverde: “el chico que no quería correr”

El portal oficial del fútbol mundial destinó una crónica en la que repasa los inicios de quien hoy es figura en Real Madrid y la Selección Uruguaya.

Antes no era como ahora. Había tiempo. La calma uruguaya también reinaba en el fútbol uruguayo. Un captador podía demorar días, semanas o meses hasta ir a verificar el dato sobre un chiquilín con cualidades especiales para jugar. Néstor Gonçalvez sabía que el tiempo no era un problema. También sabía que la grandeza de su escudo le daba fuerza para fichar a los distintos: conducía el área de captación de Peñarol, uno de equipos más tradicionales de Uruguay. El dato, esta vez, se lo había dado un fotógrafo que trabajaba en el fútbol infantil. El hombre llamó a Gonçalvez después de ver a un gurí flaquito con piernas de espiga que lo había deslumbrado. Al captador le llegaban (todavía Ale llegan hoy, que conserva su cargo en el Manya) decenas de datos por día. Pero la intuición lo hizo seguir el aviso de su fuente. 

Gonçalvez lo vio una noche, y el resto de la historia es idéntica a cualquier historia de cualquier captador que descubre a un jugador diferente: le alcanzó apenas un ratito para darse cuenta de que ese chico era prodigioso. Federico Valverde fue al otro día al predio de Las Acacias para sumarse a Peñarol. Tenía 10 años. Recién se iría ocho años más tarde, cuando el Real Madrid, con un escudo inmenso, lo compre y lo ceda al Deportivo La Coruña.

La tarde que Valverde pisó Las Acacias por primera vez, Néstor Tito Gonçalvez, el padre del jefe de captadores, estaba trabajando en una oficina del predio. Es un mito del club: ganó tres Copas Libertadores y dos Copas Intercontinentales en la década del ’60. Desde su despacho, Tito veía apenas la mitad de la cancha, y esa porción de pasto le bastó para deslumbrarse con el talento de Federico: se fascinaba cuando lo veía tocar la pelota con la solvencia de un sabio. No podía dejar de mirarlo. Llamó a su hijo cuando terminó la prueba con la certeza de haber observado una ópera maravillosa de fútbol: “¿Vos viste lo que juega ese flaquito?”, le preguntó. 

-Coincidimos con el diagnóstico- dice Gonçalvez entre risas, mientras recuerda la escena.

Valverde, dice Gonçalvez, era “el ideal del chico con condiciones”. Tenía buena coordinación, una técnica exquisita, inteligencia para leer el juego y un contexto familiar que lo sostenía. Diagnosticar el futuro profesional de un niño es una tarea que tiene mucho de intuición y algo de mística. Pero Gonçalvez se animaba a hacer afirmaciones poderosas sobre su tesoro: el Pájaro apenas tenía 10 años cuando les dijo a sus compañeros que sería un jugador que daría que hablar. “Nunca supe cuál sería su techo. Superaba el umbral de lo posible. Pero sobre todo es un chico que absorbe bien los estímulos: que todo lo que lo desafía lo hace crecer”, señala.

En ese momento, sin embargo, ningún desafío fue tan grande como el paso de infantiles a formativas. Tenía 14 años, y venía de jugar en un campo para siete jugadores. Él era un mediocampista flaco, chico, vago: un típico enlace rioplatense. En los espacios reducidos aprovechaba su máxima virtud: una viveza superior para interpretar el fútbol. Cuando pasó a campo de once, el físico le hizo perder lugar. La cancha se convirtió en una estancia. Era un madurador tardío: mientras sus compañeros crecían y se fortalecían, él seguía siendo un chiquilín. Empezó a perder consideración. Perdió la titularidad en séptima división. 

Explotó en un viaje a Brasil. Habían ido a participar de un torneo juvenil y en la mitad del campeonato, cansado de no jugar, llamó a la madre para decirle que se quería volver a Montevideo. Doris, la mamá, siempre fue su sostén. Lo cuidaba y lo apoyaba todos los días. Lo alejaba de incentivos negativos y de representantes. También fue cómplice de los técnicos. Se ponía del lado de los formadores: “Hacé lo que te dicen”, le pedía a su hijo. Doris llamó desesperada a Gonçalvez después de escuchar el pedido de Valverde: “Néstor, Federico se quiere volver porque no juega. No aguanta más”. Gonçalves llamó al técnico y le pidió por favor que le diera minutos. Se los dieron. No fue la única vez que intervino. La otra fue con la selección juvenil de Uruguay. Alejandro Garay, el seleccionador sub-14 en ese momento, había citado a siete chicos del plantel de Valverde, pero no al Pajarito. Gonçalvez no entendía por qué, así que le propuso algo: organizar un partido entre la selección y los futbolistas no convocados de Peñarol. Peñarol esa tarde ganó 4-0, y Valverde hizo lo que ahora todos ven. Nunca más dejó las juveniles celestes. 

“Son temas anecdóticos, yo solo soy el que estuvo ahí”, dice Gonçalvez, y automáticamente sentencia: “Pero quiero decir algo: acá nadie se lleva los aplausos solo. En formativas hay un tipo que lo canalizó en el puesto en el que ahora brilla. Y ese tipo es el Chueco Perdomo”.

La voz de Perdomo trae el viento húmedo de Montevideo. Es grave, y la tonada uruguaya y los “tá” y los “bó” suenan todo el tiempo. Él también fue un jugador de época: era un mediocampista feroz que levantó la última Copa Libertadores de Peñarol en 1987, y ganó la Copa América de ese año con la Celeste. Hace años se dedica a formar futbolistas en el Manya. Perdomo agarró a Valverde en sexta división. Lo había visto en séptima, y tenía un panorama claro: en su dibujo 4-3-3, el Pájaro iba a tener que adaptarse para jugar. La adaptación no era física: era el mejor en las evaluaciones de velocidad, saltos y resistencia. Estaba, incluso, por encima de muchos jugadores del plantel profesional. La adaptación debía ser futbolística: a Valverde no le gustaba marcar.

-Entonces lo quise hacer jugar de mediapunta, al lado de un delantero. Y me decía que no le gustaba- dice Perdomo, que buscó las mejores estrategias para seducirlo.

Se decidió a ubicarlo como interior. Primero lo agarró en la cancha durante los entrenamientos. Le enseñó cómo moverse. Las curvas, los relevos, los pases entre líneas. Los conceptos de marca. Los aprendió: para Valverde comprender el fútbol siempre fue sencillo. Pero no quería correr. No le gustaba. Quería ser enganche: flotar detrás de los delanteros libre de responsabilidades. Perdomo, ya sin más herramientas, recurrió a lo último que tenía a mano: lo sacó del equipo. Le explicó que lo necesitaba en otro sitio del campo y lo sentó con los suplentes. Aunque amoroso, era un tirón de orejas. Estuvo dos partidos con los relevos. Solo brillaba en los segundos tiempos.

Un sábado, antes de enfrentar a Deportivo Maldonado, Valverde se acercó a su entrenador:

-Chueco, creo que lo entendí- le dijo.

-Ah, muy bien, Pájaro. Lo vas a hacer. Y lo vas a hacer muy bien.

Valverde se acomodó en la mitad de cancha y no salió más: “Yo le veía condiciones espectaculares para esa posición. Necesitaba convencerlo. Nunca entrenó mal ni contestó mal ni nada: solamente no quería correr”, relata Perdomo. La sexta salió campeona de Uruguay. Valverde fue figura. Un año después la transformación era insostenible. Pablo Benegoechea, entrenador del primer equipo de Peñarol, lo subió con 15 años al plantel profesional: “Nunca vi a un chico de su edad con tantas virtudes. Es excepcional”, lo catalogó en su momento.

La carrera de Valverde fue tan excepcional que se convirtió en un rayo ascendente: debutó en Peñarol, ganó un título local, lo compró el Real Madrid con 16 años, consiguió el Balón de Plata en la Copa Mundial Sub-20 de la FIFA 2017, se fue a préstamo al Deportivo la Coruña, debutó en la selección de Uruguay, se incorporó al Real Madrid, y ahora es tan importante en el Merengue que asistió a Vinicius Junior en la final de la UEFA Champions League.

“¿Pero vos sabés el Valverde que vamos a ver en el Mundial? Va a ir con confianza por el título, con una motivación espectacular. Vamos a ver a un Valverde que va a dar que hablar”, avisa Gonçalvez, que no se queda ahí: “En el futuro va a ser líder de los grupos y se va a poner a los equipos al hombro. Todavía tiene muchísimo para dar”, señala. Perdomo coincide: “No tiene techo. Está en un equipo que lo va a mejorar porque lo obliga a seguir compitiendo. Y su mentalidad es esa: quiere ganar cosas todo el tiempo”.

Valverde es el hambre de la juventud uruguaya que acompaña la escena final de Luis Suárez y Edinson Cavani, los íconos de la generación que brilló en Sudáfrica 2010. Valverde es lo nuevo, aunque también es el presente: es uno de los futbolistas más importantes de la Celeste. Todo empezó una noche. Cuando había tiempo.

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