Opinión

Pedofilia: una realidad incómoda

Ha cobrado notoriedad pública en Argentina la existencia de una red de pedofilia integrada por personajes del mundo de la farándula, que alcanzaría a referentes muy notables.

Cuando suceden este tipo de situaciones, un tema tan delicado como la pedofilia adquiere notoriedad.

Pero ello revela un grave error, porque como realidad sucede en forma permanente y provoca daños inmensos entre quienes la padecen, que son muchos más de los que habitualmente se supone.

La Sociedad Española de Pedofilia, define esta práctica como “un trastorno psiquiátrico en el que el afectado tiene excitación o placer sexual a través de actividades o fantasías sexuales con niños o jóvenes, con frecuencia entre 8 y 12 años. Pueden dirigirse a algunos del sexo contrario del pedófilo o del mismo.”

En la relación pedófila, hay una franca desigualdad. 

El pedófilo, impone el dominio físico sobre el menor objeto del abuso, pero además ejerce sobre su víctima un acto de sometimiento psicológico, que puede reforzarse con amenazas, regalos y otros ardides para asegurar el silencio de la víctima. Además de un acto de sometimiento sexual, la pedofilia es un acto de poder.

Los pedófilos pueden actuar en forma solitaria, amparados por los entornos familiares y sociales en los que se mueven y al mismo tiempo, al amparo de la vergüenza que genera el acto en la víctima, buscando de ese modo que la práctica adquiera un manto de complicidad. 

Los pedófilos además de actuar como depredadores solitarios, también lo hacen al amparo de marcos institucionales, donde a la autoridad del sujeto se le adiciona la complicidad del beneplácito del poder de la organización, que deliberadamente oculta, legitima, tolera o disimula el sometimiento.

Tal es el caso de lo que ha sucedido durante largo tiempo en la iglesia católica, donde una conjunción de factores ha hecho posible que la pedofilia se convierta en una práctica extendida.

Contribuye a ello la imposición del celibato, que al pretender anular los impulsos biológicos en jóvenes en plenitud de sus aptitudes reproductivas, provoca la represión del deseo, dando pie a que el mismo se canalice bajo formas escabrosas. Y los pedófilos amparados por el manto de complicidad de estructuras tolerantes, envejecen cargando en el universo de sus fantasías sexuales el sometimiento del otro como ejercicio autoritario de autoafirmación de poder y como compensación a la castración impuesta por mandato del célibe. Cuando transgrede la imposición, lo hace en forma culposa, descargando su frustración y provocando dolor físico y psicológico en sus víctimas.

Se le podrán dar mil vueltas a esta cuestión que no encontrará su solución definitiva en ninguna alternativa distinta a la no imposición de una práctica en sí misma aberrante, como lo es el celibato.

Su abolición es un acto que lejos de debilitar a la iglesia, la acercará a la comunidad, quitándole ese turbio legado de ejercicio despiadado del poder a partir del sometimiento de niños y jóvenes que quedan marcados de por vida.

Pero además de la iglesia, otras estructuras promueven la práctica de la pedofilia. Son ámbitos como el de los clubes deportivos, el mundo del espectáculo, especialmente aquel que provoca fuertes interacciones con jóvenes y adolescentes. A veces son formas bastante burdas y la sociedad, interpelada de manera bastante directa, opta por el facilismo de la negación. Figuras como por ejemplo el caso de Michael Jackson, que proyectaron una imagen pública en donde el tufillo de pedofilia sobrevolaba su Wonderland, dando lugar a mecanismos de legitimación por la vía de una permisividad que se escuda en un claro-oscuro interpretativo.

En todo caso, personajes públicos del mundo de la farándula, forman a veces redes que, cual sociedades secretas, dan amparo a las enfermedades de poder que comparten sus miembros y ceden ante la fascinación del sometimiento total, a la reducción del otro a un objeto absolutamente vulnerable para dar rienda suelta a ese deseo del ejercicio absoluto del poder mediante la anulación del otro.

Internet es también una fuente de promoción activa de la pedofilia, ya sea a través de la comercialización de imágenes, y por ser un instrumento de interacción anónima en donde es fácil entablar diálogos con falsa identidad, dando lugar a procedimientos virtuales de subordinación y de sometimiento. El ciberdelito sexual asociado a la pedofilia encuentra en las redes infinito espacio para su expansión, y si bien es activamente perseguido y castigado, encuentra resquicios en la casi total autonomía con la que se desplazan los niños y adolescentes por las redes y en la misma crisis de la familia de la sociedad moderna, donde los universos de interacción en las diversas franjas de edad tienen pocos y complicados puntos de contacto. Esta situación es fácilmente aprovechable por los pedófilos virtuales para ganarse la confianza de sus víctimas, obtener fotografías y filmaciones e inclusive programar encuentros reales. (child grooming) 

La sanción penal

El artículo 119 del Libro Segundo, Título III del Código Penal de la República Argentina establece prisión de 6 a 4 años al que abuse sexualmente de un menor de 13 años, y lo hace extensivo cuando se haga con uso de violencia, amenaza, abuso coactivo o intimidatorio en el marco de una relación de dependencia de autoridad o poder. Especifica que ello supone que la víctima no haya podido consentir libremente la acción. La pena se amplia de 4 a 10 años de prisión si el abuso se verifica en el marco de un sometimiento sexual gravemente ultrajante para la víctima. El castigo se prevé de 6 a 15 años cuando exista acceso carnal por vía anal, vaginal u oral ya sea en forma directa o mediante la introducción de objetos. 

Resulta paradójico que la pena se extiende de 8 a 20 años en caso que como consecuencia del comportamiento del abusador, se provoca un daño grave en la salud física o mental de la víctima….

Es muy difícil, por no decir imposible, que de un comportamiento de violación y sometimiento sexual no se derive un daño mental para la víctima…. 

La gravedad del episodio en su expresión máxima se sostiene si es realizado por ascendiente, descendiente, ministro de algún culto, maestro o tutor. Se mantiene la misma gravedad cuando el autor sabe que es portador de una enfermedad sexual, o cuando el acto se verifica por dos o más personas, o es cometido mediante el uso de armas, o si quien lo practica pertenece a las fuerzas de policiales o de seguridad.

En el caso del Uruguay, el Código Penal en su artículo 125 establece penas de reclusión de tres a diez años a quien promueva o facilite la corrupción de menores, aunque exista consentimiento de la víctima. Y de seis a quince años de prisión cuando la víctima sea menor de trece años. E independientemente de la edad, cuando el acto se cometa mediante engaño, violencia, amenaza, abuso de autoridad, realizado por ascendiente, conyugue, hermano, o conviviente encargado de su educación o custodia.

Hay diferencias entre Argentina y Uruguay, pero son de grado y no de tipo.

El marco penal está definido, pero el problema es que para mitigar esta práctica se debe disponer de una batería de instrumentos amparada por una política debidamente definida.

El auto control

La Sociedad Española de Medicina Interna, SEMI, establece que cuando un pedófilo tiene impulsos, debe acudir a un psiquiatra el que puede ofrecer diversos tratamientos como psicoterapia cognitivo-conductual , y en casos más drásticos, promover una castración química para disminuir el deseo sexual, o bien mediante una castración quirúrgica.  

Los hechos indican que los pedófilos solamente en circunstancias muy excepcionales, son los que toman la iniciativa para que mediante alguna de las técnicas enunciadas, puedan poner fin a su deseo. 

Pero aquí si conviene diferenciar entre las distintas categorías de pedófilos. Por un lado están los depredadores solitarios, que actúan esencialmente en contextos domésticos. 

Para el caso de los pedófilos que actúan al amparo de organizaciones que son permisivas con sus prácticas, tal como es el caso de colegios; internados; clubes deportivos, especialmente aquellos en los que se promueve el alojamiento de jóvenes provenientes de otras localidades, etc. las medidas a adoptar debieran ser de otra índole.

El problema es que estamos frente a un hecho mucho más extendido y complejo de lo que la sociedad está dispuesta a aceptar. 

Al respecto, la Organización Mundial de la Salud, OMS, ha sostenido con estadísticas, que uno de cada cinco menores, sufre abuso sexual antes de cumplir los 17 años. El caso es que en Europa, Estados Unidos y Canadá, el 20% de los niños y niñas han sido abusados sexualmente. 

Si esta es la envergadura del fenómeno, cabe preguntarse porque un problema de esta magnitud no es objeto de un tratamiento mucho más profundo y severo. Evidentemente, el problema existe y se trata cuando aparecen casos altisonantes como al que se hacía referencia al comienzo de la nota. 

Pero el problema es la práctica cotidiana, silenciosa y masiva que va mucho más allá de las estadísticas por la naturaleza vergonzante del delito.

Michael Seto es un psicólogo clínico canadiense y en el año 2008 calculó la prevalencia de la pedofilia entre la población en general y concluyó que el número asciende al 5%, pero afinando la metodología utilizada el mismo autor redujo el número tan solo al 1% de la población, aunque explica que se trata de una estimación con fundamento. La estimación se hace para aquellos adultos que se sienten atraídos por niños de menos de 12 años. Esta cifra fue cuestionada por la iglesia, con base en un análisis de la pedofilia realizado por el Colegio John Jay de Justicia Criminal en Nueva York. Sus investigadores fueron a todas las diócesis de Estados Unidos y examinaron los registros históricos que involucraban a sacerdotes entre 1950 y el año 2002. De ahí dedujeron que el 4.2% había sido acusado de abuso de manera plausible, cifra que abarca adolescentes y pre pubescentes. 

Aunque al Papa Francisco le costó aceptar esa cifra y apeló a definiciones que suponen un filtro interpretativo de lo que es estrictamente un acto de pedofilia, no cabe duda que la iglesia es un semillero de pedófilos. O más bien, un espacio en el que los pedófilos encuentran las facilidades necesarias para cometer sus delitos. 

Pero algo similar ocurre con los artistas, con personajes públicos que gozan de fama y reconocimiento. Pero que en su intimidad encuentran en la pedofilia una forma para darle rienda suelta a sus deseos perversos de dominación y poder de sometimiento. 

Qué hacer?

El primer paso fundamental que debe ser realizado es asumir en nuestras sociedades que la pedofilia es un problema real y que por lo tanto debe incorporarse en la agenda política de los temas a intentar resolver mediante la aplicación de los recursos que dispone el Estado, en particular, y la sociedad civil en general.

Estos deben ser por el lado educativo, de la realización de prácticas de inteligencia e investigación, de la aplicación de métodos disuasivos y represivos, y en el marco de un programa explicito que debiera encuadrarse en el Ministerio de Salud. Con facultades para interactuar con otras áreas como el Ministerio de Seguridad, el Ministerio de Educación, y otras dependencias a ser definidas. En la Unidad Ministerial deben concurrir psicólogos y especialistas en salud mental para realizar un prototipo que permita la prevención del accionar de los pedófilos. 

En Alemania ha tenido lugar una experiencia que consiste en promover una campaña para convencer a los pedófilos o a aquellas personas que sienten esta atracción, para que se inscriban en un tratamiento confidencial, incluso si han abusado de un menor. Y los médicos que participan en el mismo, aseguran que está teniendo mucho éxito. 

Se ha podido establecer que existe un sector de pedófilos que permanece en calidad de grupo oculto, porque se trata de pedófilos célibes. Mantienen su atracción en forma secreta. El caso es que se trata de un grupo bastante más grande de lo que habitualmente se cree y hay investigaciones con suficiente fundamento que sugieren que este grupo comprende entre el 3 y el 5% de los hombres de todos los orígenes socioeconómicos. 

El proyecto que se desarrolla en Alemania para promover esta estrategia de tratamiento se llama Dunkefeld, y cuenta con once centros. Allí se imparte una terapia cognitivo-conductual orientado a prevenir situaciones potencialmente abusivas. El tratamiento también se aplica a quienes ya han abusado de menores. Los terapeutas no están obligados a reportan a las autoridades los abusos realizados en al pasado. En tal sentido, la unidad que debería crearse en el ámbito del Ministerio de Salud, debería entre sus responsabilidades, tomar conocimiento de las diversas estrategias a nivel internacional que se están practicando para controlar este problema y evaluar la conveniencia de aplicarlas en nuestro medio.  

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