Hace unos días nos enteramos que el Ministerio de Educación y Cultura decidió poner fin a un programa que tenía 8 años de vida, que había pasado por dos transiciones de gobierno, donde si bien en cada una de estas se hicieron modificaciones al programa, hasta ahora nadie había puesto en duda su importancia para el desarrollo de un tema tan importante como la alimentación saludable, la convivencia ciudadana y la educación socio-ambiental. Nos referimos en este caso a la patada final que se le dio, días antes a terminar el año, al programa Plantar es Cultura del MEC.
Estas líneas no son una denuncia individual, sino un intento de visibilizar al menos 3 elementos que tienen que ver con el Programa Plantar es Cultura.
Por un lado, la llegada capilar a distintos territorios con distintos niveles socio-económicos para desarrollar prácticas socio-ambientales en espacios urbanos y desde una perspectiva comunitaria. Otro elemento tiene que ver con la cantidad de gente que ha sido parte de este programa, gente que ha sido movida y removida a partir del intercambio con el programa, construyendo espacios de convivencia y huertas urbanas donde había baldíos y fragmentación comunitaria. El último elemento tiene que ver con una noción de desarrollar políticas públicas desde una perspectiva participativa, donde el Estado no se arroga todo el saber ni la capacidad de decidir sobre los asuntos, sino que encuentra en las comunidades espacios de dialogo y saberes que valida e impulsa.
Vamos a desarrollar uno a uno esos elementos para dar cuenta del error inmenso que comete el MEC al cerrar este programa.
La capilaridad construida por el programa Plantar es Cultura tiene que ver con una forma de instrumentar las políticas públicas, donde se concibe la necesidad de llegar a partir de, por un lado, un diagnóstico inicial, pero otro, atentos y abiertos a las demandas que van surgiendo de las vecinas y vecinos. La democracia siempre, siempre, debe comenzar por la oreja. Esta construcción constante de una red de actores a los que se fue llegando desde Plantar es Cultura se fue transformando en un actor colectivo que hoy está presente en varios barrios y localidades del país, donde la huerta comunitaria pasa a ser un lugar de recuperación del espacio público, de la convivencia y de la construcción de nuevos proyectos que nacen sobre la plataforma de lo construido. Esta llegada a los barrios no distingue nada mas que las ganas y las intenciones de desarrollar huertas. Cualquiera que recorra los lugares por los que programa transitó en estos años, dara cuenta fácilmente de que se trabajo con vecino/as de todos los pelos, de todos los partidos, de todas las religiones, de todos los cuadros de futbol. Incluso, se articulo y nos constá que asi es, con gobiernos departamentales y municipales de distintos partidos políticos también. Porque cuando se trabaja de manera abierta y con arreglo a fines tan loables, lo fundamental es llegar no primeros ni solos, sino con todos y a tiempo como decía el poeta.
El segundo elemento tiene que ver con la integración comunitaria que se genera con Plantar es Cultura. En las zonas más urbanizadas, ubicando espacios públicos baldíos para transformarlos en lugares donde se plantan aromáticas, algunas especias y verduras. Se usan azoteas cuando no hay espacio, incluso macetas en ventanas. En los barrios de la periferia el impulso de estos procesos llevó incluso a que algunos grupos probaran ampliar e instalarse en la zona rural para producir e incorporar hasta animales, pasando de vecinos/as que plantan en la huerta del barrio, a ser productores.
Lo último a reseñar y confieso que es el elemento que más me inclina a pensar que pesó mucho a la hora de desactivar el programa tiene que ver con una forma de construir gobierno, con una forma de entender el Estado, con una forma de entender las políticas públicas sociales. Esta extendida la idea de que desde el Estado solo se puede construir desde la verticalidad, desde la ostentación de un saber que lo valida el poder propio del Estado como institución. Hemos construido una idea de democracia que cada vez tiende más a suplantar al pueblo que a representarlo en las decisiones que se toman. Por eso, programas como Plantar es Cultura que van y llegan obligando a que el Estado escuche y aprenda de quienes son muchas veces excluidos de los procesos del saber, parece una herejía. Muchas veces pasa que al llegar a un espacio de gestión a quien le toca se disfraza enseguida de sabelotodo y ya no se dispone a escuchar ni a aprender.
Aún nos falta mucho para que los Estados se abran al pueblo, aun pueblo que además de ejercer la ciudadanía con el voto, quiere ejercerla cotidianamente en lo micro, asumiendo que tiene cosas para decir de la realidad que vive y que aún sin título tiene soluciones a problemas que aquejan.
Tal vez incluso, sea un problema de haber dejado por fuera de los clásicos de estudio a valores tan importantes como Spinoza.
De todas formas, adelantamos, Plantar es Cultura seguirá su camino, o bien desde el gobierno o bien desde el movimiento social, porque nació de una preocupación y propuesta del movimiento social que tuvo recepción y eco en el Ministerio de Educación en su momento. Así que, si fuera el caso, volvería al movimiento social a seguir empujando la tarea de la agroecología, la participación ciudadana, la convivencia y la educación socio-ambiental.