Hay expectativa fuera de la sala Zitarrosa. La gente se agolpa. Hace fila. Es viernes en el mes del carnaval. Las luces de las calles de Montevideo tienen un halo diferente. Son casi las nueve de la noche y se espera el debut de un hombre que ha vivido tanto como noches de escenarios tiene.
Raúl Castro, de melena tocada por las luces de la luna, y sintetizando con su presencia los materiales con que está hecha la vida, entra a escena con la sabiduría del presente.
Sobre las tablas es acompañado por su yo más joven, el que miraba el cielo del Estadio desde la cantina del Tabaré o, años antes, remontaba cometas cerca del edificio Panamericano. Esta noche ambos Castro son acompañados de la mano por su alter ego poético: Tintabrava.
Los tres se conocen bien. La convivencia en escena parece hablar de ternura y esperanza.
El joven Raúl asumirá un nuevo desafío, debutar en otro escenario como cantante de su propio repertorio.
Pararse frente a la iluminación de la sala, como si nunca lo hubiera hecho.
Mientras, Tintabrava, acompaña la presentación colgando su saco blanco en una silla visible al costado del escenario, y se sienta a mirar como la voz de ese su otro yo, canta los versos que antes él mismo ha escrito.
El Raúl actual, quien ha llevado su vida por escenarios de carnaval, por noches de bohemia y milonga, parece tener la necesidad de bajar la escalinata del escenario para caminar los pasillos de la sala, y en la oscuridad, verse desde abajo, entre el público, para decirse: ahí estoy, sigo cantando, continúo bailando; la pluma de Tintabrava, otro capítulo escribe.
En la sala Zitarrosa, el letrista no se olvida de cantar, tampoco del coro de murga, de un batería de bombo, platillo y redoblante clásico, que no eclipsa a las voces que abrazan al público toda la noche. La alegría del piano y la tierra del contrabajo dan al encuentro una identidad que sigue a la vuelta de la esquina.
Tampoco se ausenta el fuelle de un bandoneón que acompaña el recorrido como si en el río de la vida, al igual que sobre un escenario, o la cantina del Tabaré, la música y la escritura fueran el lugar desde donde se mejora la existencia propia y ajena.
Acompañan a Raúl Castro:
Andrés Lazaroff: Piano y arreglos orquestales y corales
Sebastián Rey: Guitarra
Diego Rodríguez: Contrabajo
Verónica Rumbo: Bandoneón
Gastón Angiolini: Bombo y coros
Bruno Bukoviner: Platillos
Lucía Hazi: Redoblante
Leandro Castro: Coros y arreglos corales
Johanna Duarte: Coros y Voz solista
Orlando Mono Da Costa: Comediante y coros
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