Yanni Tugores es escritora, prologuista y promotora cultural y hoy nos presenta «El Reloj».
«Como todos los domingos, Miguel, caminaba por la feria curioseando entre las antigüedades. Era apasionante, para él, comprarlas, reciclarlas y luego lucirlas en la sala de su casa dispuesta para tal fin.
No tenía predilección por ningún objeto en especial; simplemente observaba y adquiría lo que más le atraía.
En su rutina dominical, caminaba tranquilamente, cuando un tumulto de gente que corría desenfrenada y el estrepitoso sonar de los patrulleros lo inquietaron. Se encontraba de pie frente a su puesto preferido con un reloj de péndulo en sus manos. Sus agujas marcaban las diez.
La multitud lo arrastró por varias cuadras. Todo era confuso y él, aturdido, se dejó llevar por la marea humana abrazado muy fuerte al reloj.
Al fin logró liberarse al doblar una esquina. Cuando todo había pasado y las calles recuperaron el silencio, se percató que aún sin proponérselo, había hurtado el reloj.
Se dirigió hacia el lugar. Lo conocía como la palma de su mano. Al llegar, todo estaba vacío. No existía ningún puesto con las características de aquél que él buscaba. Solo se veían los colores de los espacios ocupados por frutas y verduras.
Interrogó a varios de los vendedores y todos lo tildaron de loco.
-¿Aquí, en esta feria? Nunca hubo el tipo de puesto que usted busca -dijeron.
-Pero… ¿Y este reloj? Fue de uno de ellos que lo tomé. Después, oí las sirenas y la gente me arrastró.
Todos lo miraron como si estuviese fuera de sus cabales.
Decidió marcharse a su casa aferrado al reloj. Al llegar, lo depositó en la mesa del comedor y lo observó por largo rato. ¿Sería quizás una trampa de su mente? ¡No, imposible! Era tangible y estaba justo frente a él.
Lo recicló lo puso en hora y lo colgó en una de las paredes de la sala junto a sus otras reliquias. El péndulo, comenzó a oscilar. Sus agujas, marcaban las diez.
Esa noche no pudo conciliar el sueño. Cada vez que el reloj marcaba la hora, él, recordaba el raro episodio de ese domingo.
A la semana siguiente, caminó como era habitual, hacia los puestos de antigüedades. Se detuvo en el mismo lugar. Nada había cambiado: las mismas cosas, el mismo vendedor y allí, en un rincón, el reloj destartalado marcando las diez. ¡No, no era posible! ¡Estaba en su casa colgado de la pared!
Nuevamente el bullicio y las sirenas. Esta vez, ¡no lo arrastrarían! Compró el reloj y comenzó una veloz carrera hasta su casa. Llegó sin aliento, lo dejó en el comedor y de un puntapié abrió la puerta de la sala. Quedó perplejo; en la pared, no había nada, solo un espacio demarcado por suciedad con el contorno perfecto de aquel objeto.
¡No puede ser, no puede ser! -gritó.
No quiso repararlo. Ya habría tiempo para eso. Tenía que pensar en todo lo sucedido.
A media noche un sonido fuerte y grave lo despertó. Bajó las escaleras lentamente y se dirigió a la sala. Al abrir la puerta palideció. El reloj colgaba de la pared en perfecto estado. Su péndulo se movía de lado a lado y sus agujas misteriosamente resplandecían y marcaban las diez».
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