El síndrome del globo: anatomía de la liviandad política

Un perfilamiento a nuestra política del 2025.

En la nueva política, el peso es un problema. Lo que antes se consideraba convicción, hoy se llama rigidez; lo que antes era coherencia, ahora suena a obstinación. Lo moderno es flotar. Y en eso, nuestros dirigentes se han vuelto verdaderos expertos en aerostática ideológica.

Vivimos en la era del globo político: liviano, colorido, sensible al aire y siempre dispuesto a elevarse con la corriente del día. Hoy se infla con una causa ambiental, mañana con una consigna de seguridad, pasado con una bandera de igualdad. Lo importante no es el contenido, sino el efecto visual: que el globo se vea, que flote y que no pinche antes del próximo titular.

Los políticos de la liviandad han aprendido el arte del reciclaje emocional. Si ayer hubo que defender el gasto público, hoy toca denunciar el despilfarro. Si la semana pasada era necesario abrir la economía, esta se impone hablar de soberanía. Todo se acomoda con una sonrisa y un “los tiempos cambiaron”, como si el viento fuera siempre una excusa legítima.

El nuevo dirigente no debate: interpreta el clima. No tiene un programa, sino un pronóstico. Su brújula no apunta al norte, sino al trending topic. Es un político meteorológico, capaz de cambiar de tono, vocabulario y hasta de moral en función del nivel de humedad social.

Lo curioso es que la ciudadanía —que alguna vez exigió firmeza— parece encantada con esta liviandad. Hay algo cómodo en escuchar a alguien que siempre coincide con lo que uno piensa… al menos durante un par de semanas. La coherencia cansa; la volatilidad entretiene.

Así, los partidos se vuelven plataformas de lanzamiento de una frase  inspiracional: “Hay que escuchar a la gente”.

Lemas que podrían servir lo mismo para una campaña política que para una línea de champú. La liviandad política tiene su propio método científico: cada tema tiene su ciclo vital de indignación. Se instala, se tuitea, se repite en los medios, se exagera, se olvida y se reemplaza. El político liviano solo debe subirse al ciclo en la cresta y saltar antes del descenso. Lo demás es detalle.

El problema, claro, es que los países no flotan. Las economías pesan, las instituciones pesan, los problemas pesan. Y cuando el viento cambia, los globos suelen estallar o perder altura. Pero eso, para la nueva clase política, no importa demasiado: el próximo globo ya está listo, y con otro color.

Mientras tanto, nosotros seguimos mirando al cielo, tratando de adivinar qué forma tomará mañana la misma masa de aire. Tal vez una nube de promesas. Tal vez un nuevo discurso sobre “la necesidad de cambiar para seguir siendo los mismos”.

Porque en la política liviana, la única convicción firme es esta: todo lo que sube, baja… pero siempre puede volver a inflarse.

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