Unos gritan que es un engaño para descabezados. Para otros es lo que nos hace humanos en la infinita pequeñez de la vida. Necesitamos creer y estamos en la búsqueda de espacios de adoración y seguridad. Necesitamos rendir pleitesías y transferir nuestros deseos y necesidades, construir seguridades y alcanzar la protección que carecemos. Cada cual busca y construye su religión y su templo de adoración, su lugar de certidumbre. El opio que nos calma. Allí, entregamos algo de nosotros a esa secta, héroe, idea o grupo en la cual nos afirmamos y que nos convoca a su adoración. Y también refiere a la familia y los amores que nos dan cobija y mochilas para recorrer la vida y son lugares de nuestra devoción. Nuestra cabeza, nuestros sueños y miradas, y la propia escala de valores, se depositan y se juntan en cada esquina distinta junto a otros. Es donde estamos seguros y realizados. Es el útero soñado que no recordamos y aspiramos. Del deseo de ser parte de algo más grande que nosotros mismos y que nos dice que no estamos solos. Que nuestras vivencias y creencias están protegidas y acompañadas.
Nuestras cabezas no están sobre nuestros hombros, sino sobre otros hombros que creemos y confiamos que nos protegen y guían. No podemos vivir solos, y en este viaje de la vida, buscamos encontrar la mano que nos guíe o acompañe en la oscuridad, cuyo calor nos ilumine, e incluso aunque nos traicione. Toda creencia es confianza, es otra cabeza que nos acompaña, nos refuerce el sentido colectivo y nos ayude. Con ella cedemos e intercambiamos nuestra mirada del mundo para caminar en la incertidumbre. Toda creencia intima es una seguridad, una certeza de ver el mundo y a nosotros mismos. Es un abrazo de un colectivo que nos envuelve y encierra con su relato. Y con ello asumimos una historia, con sus valores y sus futuros. Se vuelve algo corpóreo con ojos y oídos, con su boca y sus puertas de respiración. Y también con ella escuchamos y hablamos, vemos y respiramos, y somos un viajero más en la nave de las seguridades. ¿Qué otra cosa es, que adorar nuestras propias cabezas, nuestros pensamientos, nuestras ideas y nuestros temores? La adoración es a otra cabeza y a la vez a la nuestra. Es a nosotros mismos a la vez que a quienes nos representa, nos ilumina y sobre todo nos acompañan en estos senderos sin rumbo. Nos ayudan a ser lo que no somos, al unirnos en la adoración a algo colectivo. En ese tránsito podemos mientras nos fusionamos. Cuando más libres somos y más conocemos el mundo, más dependemos y somos parte de cultos, religiones, partidos, sectas, héroes políticos, actores, músicos o deportistas, o de lugares de adoración incluso hechos por la naturaleza. Los necesitamos para ser quienes creemos quisiéramos ser. No es el oscurantismo ni nuestros desconocimientos los que nos alimentan ese adorar de intangibles o de humanos inmateriales.
No es el desconocimiento la madre de esta búsqueda de creencias, no son los mayores temores lo que nos llevan a buscar seguridad. Es lo humano colectivo, el reconocimiento de la infinitud de la vida, de nuestra soledad que nos abruman y de la fantasmagórica existencia. “Rogamos por la seguridad de esas compañías, y pagamos todos los costos de esos espacios de protección. Y aunque pedimos que no nos mienta, dándonos certezas, sabemos que todo es un engaño y ellas no existen. Rogamos en sus templos encerrados, la luz que sabemos que tampoco existe allí, ni afuera. Es un engaño colectivo, y es también la excusa que nos da la certeza de la incertidumbre asegurada. Gracias entonces por dejarnos depositar aquí nuestras lógicas y razones, nuestras ideas y valores, que sabemos inseguros, limitados, estrechos y sin duda equivocados en nuestro más íntimo sentir. Somos humanos en un breve tránsito que necesita muletas para poder creer en lo que no creemos, para tener verdades falsas e ilusiones de las cuales también dudamos. Gracias por esta extraña forma de darnos seguridad.