La paz está aburrida de que la nombren en vano

Fui invitada a participar de una mesa expositora con diferentes referentes, conmemorando el Día Internacional de la Paz.

Creo en la paz proactiva, la que podemos construir colectivamente con cada acción, cotidianamente con grandes pequeños gestos como el diálogo, intercambios y encuentros. 

Creo en una construcción plural armoniosa, de instancias e instantes que debemos crear y recrear. Aspiro a que esa paz sea un trabajo permanente y comunitario.

También aspiro a que podamos detectar a los enemigos de la paz, aquellas y aquellos interesados en generar violencia, lo contrario de la paz, o incluso guerras, también lo contrario de la paz. Conflictos bélicos urdidos por los mismos que fabrican y venden armas.

El racismo, los femicidios, la discriminación, el bulling, las fobias, los fundamentalismos, la depredación a la Naturaleza, el narcotráfico, el hambre; todas son violencias y por ende atentados contra la paz que deben ser descubiertos, enfrentados y desalentados. 

Pacíficamente pero sin tregua, deben ser combatidos. 

Si la violencia no descansa por qué debería descansar la paz.

Más del 12% de la población mundial en vías de desarrollo sufre problemas alimenticios y 66 millones de niños escolares asisten a clases sufriendo hambre extrema. Asia del Sur y África son por lejos las zonas del mundo en donde el hambre golpea con más fuerza. 

La inseguridad alimentaria aguda amenaza a más países en diversos puntos del planeta, incluso en nuestra región latinoamericana y caribeña. 

La vulnerabilidad alimentaria se expresa en todas las variantes de la malnutrición, que genera problemas irreversibles en el desarrollo de las criaturas más pequeñas. 

50 millones de infantes humanidades padecen inanición aguda en el mundo.

8500 niños y niñas mueren de hambre cada día. 

Dicen expertos que somos la primera generación que puede acabar con el hambre. Tenemos los recursos, las formas, las estrategias, y hasta la capacidad técnica para conseguirlo. 

Hay que disponerse y trabajar en unidad por la justicia alimentaria y para que no deje de indignarnos o hacernos indignos, saber que mueren niños de hambre por cantidades. 

Por supuesto tienen que hacer algo las grandes potencias, sus políticas financieras y de acumulación de riquezas, así como las personas individuales en lo inmediato. 

Las grandes fortunas del mundo sientan sus bases en el mismo suelo que entierra a su “pobrerío” que no está ni siquiera muriendo en paz.

Hay responsabilidades compartidas y debemos tomar conciencia de la que nos toca. 

También el silencio es cómplice.

Al mismo tiempo acá, en nuestro tercermundista país lleno de gente haciendo cola en las ollas populares, se le pagan cuatro millones de dólares al año a un técnico de fútbol.

Si eso no es violencia, con todo respeto al deporte y sus devotos, al menos es una inmoralidad.                                                                                

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