La revolución cubana y la doctrina de seguridad nacional (Tercera Parte)

La revolución cubana se verificó como proyecto alternativo a una dictadura apalancada por los Estados Unidos, que había conculcado las libertades de amplios sectores de la población y que ejercía el poder de forma despótica, con una gran concentración de la riqueza y condenando a vastos contingentes a subsistir en condiciones de marginación y pobreza.

Cuando la revolución liderada por Fidel Castro tomó el poder, lo hizo dando lugar en su primera etapa a una suerte de incertidumbre acerca del rumbo político que tomaría, tanto a escala local como internacional.

Ese proceso se verificó en un contexto global signado por la guerra fría entre Estados Unidos y la URSS. Se ha escrito mucho sobre cuáles fueron las circunstancias que propiciaron el alineamiento de Cuba con la URSS e inclusive, se ha llegado a afirmar con cierto fundamento, que el desenlace fue producto de una multiplicidad de circunstancias provocadas tanto por la impericia de los recién llegados al poder, como por parte de la política exterior americana. Fidel Castro inició el proceso de alineamiento con la Rusia Soviética en un periodo relativamente breve.

El socialismo soviético había surgido en un país con escaso desarrollo industrial, con una agricultura atrasada y tradicional y con fuerte prevalencia de formatos extremadamente autocráticos, propiciados por la forma de ejercicio del poder del zarismo, que dieron lugar a que el nuevo partido de gobierno de los soviets fuera implacable con sus enemigos domésticos. Ante la ausencia de experiencias populares democráticas, se afirmó el poder centralizado del partido. En sus disputas internas, las formas de resolución de los conflictos se dirimieron mediante purgas y la concentración del poder en un formato vertical. No puede ignorarse que esa revolución sin antecedentes democráticos significativos en la cultura del pueblo ruso, tuvo que soportar a poco más de veinte años de haber accedido al gobierno, los efectos de la violenta ola expansiva de la Alemania nazi.

El liderazgo stalinista en el marco de la agresión externa se legitimó a partir de la defensa de la patria atropellada y surgió una mística asociada a la defensa heroica, plagada de muerte y violencia, que luego dio paso a la revancha inmisericorde cuando la Alemania debilitada ya no pudo contener la carrera entre Rusia y Occidente por la conquista y destrucción de Berlín, sede física del poder hitleriano.

Surgió así un mundo completamente distinto al de la preguerra. Los territorios conquistados por el ejército rojo quedaron bajo el control de la URSS y los países de Europa del Este pasaron a formar parte del bloque bajo control soviético.

Mientras eso acontecía, en un país enorme pero que desde el siglo XIX había entrado en una profunda crisis provocada por la creciente presión de las potencias occidentales, se verificaba la derrota del experimento nacionalista apoyado por Occidente que había sucedido a la última dinastía Quing, y los comunistas, liderados por Mao Tse Tung tomaban el poder en 1949.

La mancha roja se extendía notablemente, pero a pesar del fuerte discurso anti imperialista de los chinos, desde el inicio prevaleció la historia de tensiones territoriales entre países vecinos y rusos y chinos, más allá de compartir principios doctrinarios comunes de marxismo leninismo, se desconfiaban entre sí. De este modo se sentaron las condiciones para que pudiera plasmarse posteriormente el pacto celebrado en Shanghái entre China y Estados Unidos, bajo la tutela de Nixon y Mao Tse Tung, redefiniendo el mapa mundial en forma previa a la crisis soviética de 1989 que abruptamente desembocó en la Glasnost (apertura) y la consiguiente caída del muro de Berlín.

Volvamos a la Cuba de principios de los sesenta ya alineada con la URSS. La impotencia americana se plasmó en el fallido desembarco de Bahía Cochinos, que profundizó la alianza con la URSS y dio lugar a la crisis de los misiles. En tal contexto y con la isla fuertemente bloqueada y a pocos kilómetros del territorio norteamericano, se verifica una política casi explícita del régimen cubano para promover el apoyo a la insurgencia guerrillera que se extendió por muchos países de América Latina, dando lugar a movimientos como el MIR en Chile, Montoneros, ERP en Argentina, Tupamaros en Uruguay, Sendero Luminoso en Perú, Alfaro Vive en Ecuador, las FARC, ELN, M19 en Colombia. Cuba buscaba que la presión dejara de concentrarse exclusivamente en su territorio nacional.

Tal vez la excepción de este conglomerado fue Sendero Luminoso en Perú, que se caracterizó por su alineamiento con el régimen chino, de donde emergió una guerrilla de perfil campesino muy violenta.

Todos estos movimientos guerrilleros tuvieron su rápida contrapartida a través de la emergencia de una doctrina de seguridad nacional de alcance continental que hizo posible que gobiernos militares alentados por el pensamiento estratégico del Departamento de Estado de los Estados Unidos, fuertemente influenciado por Henry Kissinger, propiciara un modelo de militarización a partir de golpes de estado.

La bandera de largada fue el golpe de estado en Brasil en 1964 y luego se verificó una sucesión de episodios de similares características, que dieron origen a gobiernos militares de facto.

Un capítulo especial lo constituye el triunfo electoral de la Unidad Popular liderada por Salvador Allende en Chile y su sanguinario derrocamiento, no sin responsabilidades secundarias de la izquierda radical que no se alineó adecuadamente tras la defensa del gobierno popular, sino que cuestionó la tibieza y tolerancia democrática del gobierno de la Unidad Popular, provocando desinteligencias internas que facilitaron el alineamiento de los sectores conservadores de la Democracia Cristiana con el golpismo de la derecha radical. Estos hechos facilitaron el desenlace del 11 de septiembre de 1973.

Argentina, Uruguay, Bolivia, son testimonio con mayor o menor intensidad de este proceso de alcance continental.

El ciclo durante el que prevalece la doctrina de la seguridad nacional encuentra su punto de inflexión tras la guerra de las Malvinas entre Argentina e Inglaterra, cuando la dictadura militar argentina ingenuamente esperó el respaldo norteamericano a su gesta para la recuperación de las islas, y constató que lejos de ello, el gobierno y la inteligencia militar americana se pusieron al servicio de los ingleses. Los militares argentinos que tenían a la URSS como uno de sus principales referentes para las exportaciones agrícola ganaderas insinuaron la posibilidad de cambiarse de bando y así sellaron una meteórica transición que en poco tiempo hizo posible el restablecimiento de la democracia a partir de la victoria electoral de Raúl Alfonsín, dando comienzo a una transición a la que se sumaron otros países que restablecieron regímenes democráticos como Brasil, Uruguay y Chile.

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