La renovación de la vida y la naturaleza

“Vidas encajonadas”. Reensamblajes conceptuales y obras plásticas de Claudio Rama

Matarlas, padecerlas, investigarlas o adorarlas, son apenas cuatro de las miradas y actitudes ante a las moscas. E incluso frente a la mayoría de los animales. Es parte de la complejidad de las relaciones entre el hombre y la naturaleza. Cada una de esas actitudes es distinta para las personas, circunstancias u objetivos de cada uno de nosotros. Miramos el mundo desde diferentes lentes que no coinciden, y también variamos con los años, experiencias, conocimientos y sensibilidades, nuestra relación con la naturaleza. El mundo se nos torna desigual y diferenciado ya que queremos cosas distintas y sufrimos y vivimos diferenciadamente cada momento, y porque inventamos una escala de la vida donde nos colocamos primeros y por encima de todos. No por las moscas o por los animales que fueran, sino por nuestras creencias y expectativas.

 La mosca es una, pero a la vez mil realidades diferentes en nuestra conciencia. Pero nosotros somos distintos cuando la vemos y la sentimos, cuando la combatimos, la adoramos, la investigamos o la sufrimos. Algunos las comen y es sopa milenaria en algunas cocinas. Para otros son condimentos. Una mosca es una y mil miradas distintas. Aunque fuese la misma mosca y no sus centenares de variedades, ella es también distinta para cada uno. Miramos el mundo desde diferentes lentes y circunstancias, desde saberes, recursos, necesidades, valores y temores diferentes. La mosca nos acompaña desde siempre. El miedo, la curiosidad, el amor o la sumisión son apenas algunas de las múltiples miradas que tenemos frente a ella.

En el libro y la película de “El señor de las Moscas” ellas aluden a la maldad humana, representada por Belcebú, deidad filistea y posteriormente también parte de la iconografía cristiana, bajo el sobrenombre de “Señor de las Moscas”. 

Pero es apenas algunas de las infinitas relaciones que tenemos con ellas mientras se revolotean en nuestra cercanía. Ellas están en la cara de un niño sufrido en Biafra, o contribuyendo a la de alguna especie. Convive con quien tiene la fuerza para enfrentarlas de todas las formas posibles, en la batalla humana por someter la naturaleza a nuestros designios. 

También la mosca es objeto de estudio y de investigación, como el puente al saber, como el objeto que nos abre una puerta a la naturaleza, para conocer el mundo y sus misterios. También es objeto de adoración y nos postramos ante ella, aunque no se entere ni le importe. La mosca es ella misma y es una compañera más en este camino milenario de la vida en la comunidad de especie con las cuales existimos y convivimos. Es también una puerta útil al saber, más allá de una especie necesaria para la renovación de la naturaleza. Su trabajo es su existencia, y es un componente básico de nuestra vida y de los ecosistemas, al acelerar su renovación y putrefacción. 

Sin ellas, el ciclo de la vida, la descomposición de la materia y la regeneración de la naturaleza serían más lentas. Son el triste final de nuestra propia finitud de vida y engranaje en el gran restaurante de la naturaleza. Por ello algunos la han hecho su objeto de adoración. Sin duda, las moscas son esas cosas y mucho más. 

Es la diversidad y el cambio, más allá de compañía en algunos días calurosos. Somos nosotros las que las vemos en forma distinta. Ellas solo están allí trabajando, antes y después de nosotros, con la tarea que la naturaleza les asignó y les dio sentido de existencia. Ellas son una sola en las miles de variedades, y nosotros también con ella parientes terrenales, aunque nos cueste asumirlo.

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